Una película que incomoda, pero que hay que mirar.


En el marco de nuestra semana sobre gordofobia, queremos recomendarte una película que no pasa desapercibida. La Ballena no es solo una historia sobre obesidad. Es una historia sobre dolor, sobre amor, sobre culpa… y sobre cómo, a veces, la comida no es solo comida.


La comida puede ser consuelo, castigo, refugio, ansiolítico, antidepresivo, anestesia. Pizza con tristeza, chocolate con llanto, pollo frito con miedo. El atracón como desborde, de comida… y de emociones.


La película narra la historia de Charlie, un hombre que ha perdido casi todo. Su pareja, su salud, el vínculo con su hija, su propia estima. Y lo ha perdido todo porque, alguna vez, eligió amar a quien el mundo no le permitió amar libremente.

Una historia de amor entre dos hombres que no sobrevivió al rechazo, al juicio, a la falta de empatía. Uno eligió tirarse de un puente. El otro eligió morir comiendo.


Sí, en esta historia la obesidad es un síntoma. Pero no de flojera ni descontrol, como dice el prejuicio. Es el colapso de un alma rota. Es una salida del clóset que nunca fue bienvenida. Es un grito silenciado, una vida vivida a escondidas. Es miedo, culpa, soledad y tristeza convertidas en grasa corporal para amortiguar la realidad.


Charlie decide morir sin ingresar al sistema de salud. Se diagnostica por Google. Sabe lo que le espera, pero no puede parar. ¿Quién puede juzgarlo?

Rodeado de personas que lo quieren ayudar, queda claro que nadie puede salvar a nadie si esa persona no está lista para recibir ayuda.


Su hija, resentida, rota, profundamente dolida por el abandono. Una adolescente oscura, que aprendió a desconfiar demasiado pronto.

Una ex pareja que no puede perdonarlo, pero que tampoco puede soltarlo.

Una amiga (hermana de su difunto amor), que lo cuida como puede, que intenta lo imposible.

Y una comunidad religiosa que más que ofrecer consuelo, ofrece condena.


Durante toda la película flota una presencia: la soledad. Una soledad que pesa más que cualquier cuerpo.

Y una pregunta que también sobrevuela: ¿por qué seguimos creyendo que los cuerpos gordos merecen menos dignidad?


Porque cuando finalmente Charlie decide mostrarse ante sus alumnos, se vuelve evidente por qué no lo hacía antes. Las caras lo dicen todo: burla, rechazo, incomodidad, miedo, asco.

Nadie ve su historia. Solo ven su cuerpo.

Y ahí está el verdadero problema.


La Ballena no es una película fácil. Duele. Incomoda. Pero necesitamos verla. Porque refleja algo que el activismo gordo viene diciendo hace años: la gordofobia no es un tema estético, es un tema de derechos, de empatía, de salud emocional, de humanidad.


Mírala si podés. Y después, mírate a vos. Revisá tus juicios, tus palabras, tus pensamientos. Porque la forma en que hablamos de los cuerpos (propios y ajenos) también construye el mundo que habitamos.


En La Oveja Rosa elegimos un mundo donde ningún cuerpo sea motivo de vergüenza. Donde el fondo importe más que la forma. Donde el amor sea libre. Y donde nadie tenga que morir escondido.