¡Beee...droom Talk! sexo con alma, sin filtro y con risas

¿Y si habláramos de sexo como hablamos de recetas de cocina?

Tipo:

 ¿Cómo te salió la lasaña?
Riquísima, pero me faltó un poquito de fuego lento.
¿Y tú?
Yo la hice al horno, con doble queso y sin apuro. Quedó increíble.


No hay pudor. No hay vergüenza. No hay “Uy, qué atrevida tu pregunta”.
Ahora, has el mismo ejercicio, pero con sexo. Y… crash. Silencio.
Una risa incómoda.
Un cambio de tema.
Un emoji que lo maquille todo.


Ya sabemos que hablar de orgasmos sigue siendo más tabú que hablar de impuestos, que expresar deseo se castiga y que el goce aún parece un lujo en vez de un derecho. Pero, ¿Cuánto de eso es realmente nuestro?


¿Y cuánto viene cargado de mandatos heredados, mitos mal contados y silencios que nos transmitieron sin darnos cuenta?

El sexo sigue siendo tema tabú, sobre todo cuando somos nosotras las que hablamos.


A las mujeres nos educaron para desear poquito, complacer mucho y no preguntar demasiado.

Nos entrenaron en silencio, con vergüenza, a través de frases a media voz y gestos de incomodidad.


Y eso… eso también se hereda.

Sí, somos las que dijeron “sí” para no incomodar…

Y luego nos incomodamos solas por semanas.

Las que confundieron intensidad con vínculo.

Las que pensaron que no tenían deseo, cuando lo que tenían era cansancio, frustración y un sistema nervioso al borde del colapso; las que no tenían un “problema hormonal”, sino una vida sin espacios de goce.


Las que creyeron que no podían conectar… pero, en realidad, solo necesitaban bajar la exigencia y subir el volumen de sus propias ganas.


¿Y los datos qué dicen?

  • 67% de las mujeres entre 30 y 55 años dicen no hablar de sexo ni con sus amigas cercanas. (The Kinsey Institute, 2023)
  • 59% de las mujeres que experimentan insatisfacción sexual nunca lo han conversado con su pareja. (Journal of Sex Research)
  • 68% aprendieron sobre sexualidad a través del porno mainstream (spoiler: eso no es educación, es actuación).
  • Solo 3 de cada 10 mujeres se sienten cómodas hablando de sexualidad con profesionales de la salud. (OMS, 2021)


Sí, nos pesa. Nos frustra. Pero no lo decimos.

Y cuando lo decimos… lo disfrazamos de meme, lo escondemos entre risas o lo convertimos en contenido picante para no parecer “intensas”.


¿Qué pasaría si nos quitáramos los filtros, los juicios, el maquillaje emocional?

¿Qué pasaría si soltamos el libreto y escribimos nuevas formas de vincularnos con el deseo, el cuerpo y el placer?


La sexualidad (también) envejece… o, mejor dicho, evoluciona


Nadie nos enseñó que el deseo cambia, que a veces se esconde, a veces se apaga y, en otras ocasiones, se transforma.

Y no, eso no quiere decir que esté roto, sino que está vivo.

¿Cómo se vive la sexualidad según la edad?


  • En la adolescencia: te dijeron que no debías sentir. Que “cuídate” era igual a “no lo hagas”. El sexo era un peligro, no un placer. Todo era culpa o castigo.
  • En los 20s: el deseo parece obligatorio. Tenés que querer, gustar, rendir, saber, aunque no sientas ni sepas.
  • En los 30s: el mandato cambia. Ahora, la sexualidad debe producir. ¿Y los hijos, pa’ cuándo? La cama se vuelve un campo de evaluación: ¿Cuántas veces por semana? ¿Quién tiene ganas? ¿Por qué no se te antoja?
  • En los 40s-50s: cambia el cuerpo, cambian las ganas… pero nadie te contó que ahí puede aparecer el verdadero placer. Sin tanta presión. Sin tanto guion. Porque el deseo no se muere: solo pide nuevas formas de habitarse.
  • Después de los 60: el sexo desaparece del mapa público. Como si el deseo tuviera fecha de vencimiento, como si el cuerpo no pudiera ser erótico, sabio y gozado hasta el último suspiro.


El sexo como mandato reproductivo


Por siglos, la sexualidad femenina sólo se pensó para “cumplir”: 


Cumplir el deber conyugal.
Cumplir con la maternidad.
Cumplir con el varón.

Lo demás… no importaba.
Si sentías ganas, eras promiscua.
Si no sentías, eras frígida.
Si decías “no”, eras histérica.
Si decías “sí”, eras fácil.


Así nos criaron: sin una sola posibilidad de ganar.

Y así terminamos muchas:


Diciendo “sí” para no incomodar…
Confundiendo intensidad con conexión…
Pensando que no podíamos sentir placer…
Creyendo que no teníamos deseo, cuando en realidad teníamos estrés, cansancio y cero espacio para nosotras mismas.


Llega a La Oveja Rosa: Bee-droom Talk


Una cápsula semanal donde el sexo deja de ser tabú… y empieza a ser conversación. A partir del jueves 10 de abril, en nuestro Instagram, iniciamos una nueva etapa junto a Alessia Di Bari, sexóloga, terapeuta de pareja y TEDx speaker. Una mujer que sabe que no se trata de técnicas, sino de verdad.

Bee-droom Talk será tu nuevo ritual de jueves, donde:


  • Hablamos de sexo con humor, con amor y sin miedo.
  • Nombramos lo que siempre nos dijeron que era mejor callar.
  • Desactivamos mandatos y encendemos conversaciones reales.
  • Aprendemos a querer, pedir, soltar, explorar.
  • Le decimos chau al disfraz y hola a las ganas. Las nuestras.


Porque la sexualidad no es una checklist.
No es cumplir, rendir ni parecer.
Es sentir, conectar, fluir.

Y sí:


No estás rota. Estás desinformada.
No estás sola. Estás silenciada.
No estás exagerando. Estás despertando.


Bee-droom Talk: Un espacio donde desear no da vergüenza, da poder.
Ven a nombrarte. A desnudarte, pero de prejuicios.
A elegirte desde el goce, no desde el deber.
A encender la parte de vos que el miedo no pudo apagar.


Todos los jueves en @soy_la_oveja_rosa
Donde hablar de sexo no es indecente.
Lo indecente es seguir creyendo que no podés disfrutarlo.


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Nadie llega al mundo con ningún título puesto y mucho menos el de “ Oveja Rosa” . No nacimos con etiquetas de valentía ni con manuales de autenticidad debajo del brazo. Nos formamos en el camino: a veces a golpes, a veces con lágrimas, a veces con una fuerza que ni sabíamos que teníamos. Muchas, primero, fuimos ovejas negras: las diferentes, las incómodas, las que no encajaban. Hasta que, un día, en lugar de seguir pidiendo permiso para pertenecer, nos teñimos de rosa y comprendimos que no estábamos equivocadas, sino despertando. Nos convertimos en Oveja Rosa cuando nos cansamos de encajar en moldes que no elegimos; cuando dejamos de callarnos por educación o por miedo; cuando soltamos el disfraz de lo que “deberíamos ser” y nos animamos, por fin, a ser quienes somos. Ser una Oveja Rosa no es una rareza genética: es una decisión, una elección consciente de vivir con autenticidad aunque incomode; de rebelarse con conciencia, sin odio, sin culpa y sin disfraces; de no encajar si el precio es dejar de ser vos; de levantar la voz, pero también de abrir el corazón; de saber que tu diferencia no te aleja, sino que te define. Porque ser una Oveja Rosa es: Rebelarse con conciencia, no desde la reacción. Transformar el estigma en emblema. Ver el paso del tiempo como una elevación, no un declive. Reconocerse en las imperfecciones, no corregirse para gustar. Y nunca, nunca dejar que el privilegio nuble la empatía. Ser una Oveja Rosa es entender que la belleza sin libertad no sirve, que la perfección sin goce no alcanza, y que la buena vida empieza cuando dejás de exigirte y empezás a abrazarte; cuando elegís el espejo no para juzgarte, sino para reconocerte; cuando comprendés que ser fuerte no es aguantarlo todo, sino dejar de aguantarte a vos misma. Oveja Rosa se hace cuando te cansás del piloto automático, cuando te das cuenta de que no querés heredar más mandatos, cuando ya no te alcanzan los “deberías” y empezás a buscar lo que verdaderamente querés. Y, sobre todo, cuando decidís encenderte para encender a otras, porque una Oveja Rosa no ilumina sola: su luz no es exclusiva, ni limitada, ni frágil, sino expansiva. Parte del ADN de una Oveja Rosa es encender otras velas: entendimos que iluminar a otras no apaga la propia llama; al contrario, cuanto más velas se encienden, más claro se ve el camino, más fuerte es la tribu, más poderosa la comunidad y más transformador el mensaje. Ser Oveja Rosa es ser chispa y fuego: es abrir camino, es decir “yo me animo” para que otra diga “yo también puedo”, es ser esa voz que te hubiera gustado escuchar, esa red que te hubiera gustado tener, ese abrazo que te hubiera salvado una vez. Y si todo esto te resuena… entonces ya lo sos; solo te faltaba recordarlo. Bienvenida a tu rebaño. Bienvenida a tu revolución.