Hay que tener audacia para hablar de libertad

¿Quién puede decir lo que es ser libre? Lo que significa para mí, probablemente no tenga sentido para ti. Pero aquí voy... te dejo solo un punto de vista.


Pensé en abordar este tema desde la perspectiva de que, muchas veces, nosotros mismos somos nuestros propios "carceleros" y que salir de la prisión está a una decisión de distancia.


La libertad que no nos atrevemos a elegir


En el contexto actual, podemos liberarnos de casi cualquier cosa, excepto de nosotros mismos.

Muchas veces exigimos libertad afuera antes de liberarnos de nuestras propias ataduras.


  • ¿Cuántas cosas nos obligamos a hacer?
  • ¿Cuántas cosas hacemos que, si pudiéramos elegir, no haríamos?
  • ¿A cuántos lugares vamos sin deseo?
  • ¿Con cuántas personas compartimos sin gusto?


A veces creemos que la libertad se trata de algo muy grandilocuente y olvidamos que ser libres es la suma de las decisiones que tomamos desde un nivel más consciente. Es cuando sacamos el piloto automático.


¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?


¿Sabes lo que es actuar por transparencia?


Actuar por transparencia es hacer cosas por debajo del nivel consciente.


Un ejemplo: caminar. Una vez que aprendemos (tras unos cuantos golpes), no lo pensamos. No andamos por la vida diciéndonos ahora avanza la pierna izquierda, ahora la derecha, ahora otra vez la izquierda y así sucesivamente. Lo hacemos y ya. 


Lo mismo ocurre al conducir cuando superamos la etapa de aprendizaje, y con muchas otras rutinas que, debido a su repetición, se vuelven automáticas.


Ahora, cuando un gran porcentaje del día, de la semana, del mes, de la vida, nos la pasamos en transparencia, corremos el riesgo de ser transparentes, de perder los colores que nos hacen auténticos, singulares y únicos. 


  • ¿Qué tanto de lo que haces es realmente una elección consciente? Y, ¿Qué tanto es una repetición sin reflexión?
  • ¿Qué tan consciente eres de tus decisiones?


La libertad, al final, es un estado de consciencia. Ser libre no es solo un deseo; es una acción que comienza en el momento en que decidimos tomar control de nuestras elecciones. En un mundo lleno de prisiones invisibles, la puerta hacia la verdadera libertad siempre está abierta… solo hace falta tomar la decisión de cruzarla.


¿Es la pornoproductividad una cárcel?


A veces elegimos llenarnos de actividades y distracciones, creyendo que así hacemos uso de nuestra libertad. Pero la “pornoproductividad” esconde una verdad incómoda: es una huida. Huimos de nuestra propia vida sin comprender que huir es una caminadora, no un atajo.


Para empezar a hablar de libertad, es necesario forjar una vida de la que no necesitemos escapar.


Una de las cárceles más comunes hoy en día, es la digital, solitos nos encerramos en ella y vivimos con la ilusión de la libertad. La prisión digital es transparente, pero no por ello menos restrictiva.


Lo anterior nos invita a reflexionar respecto a la sobreabundancia de distracciones y la sensación de falsa libertad.


La ilusión de la libertad digital


Vivimos en una "caverna transparente", bajo el hechizo de la llamada "libertad de la yema de los dedos". Nos creemos dueños de nuestra atención, convencidos de que elegimos lo que consumimos, cuando en realidad estamos siendo guiados por un sinfín de estímulos diseñados para captar nuestra atención.


Nos movemos entre la sobreabundancia de distracciones, creyendo que elegimos, cuando en realidad solo reaccionamos a lo que nos presentan.


La prisión digital no tiene muros, pero nos encierra igual.

En la era del "life hacking", somos bombardeados con fórmulas que prometen liberarnos de las limitaciones humanas. Nos dicen que podemos:


  • Conocer 15 países en 4 semanas.
  • Aprender un idioma en un mes.
  • Leer un libro en 3 días.
  • Perder 5 kilos en una semana.
  • Conocer 6 personas en una hora.


Estas fórmulas prometen mucho, pero entregan poco. Nos venden la ilusión de cosechar recompensas sin compromiso, como calorías vacías para el alma. Nos hemos hecho esclavos de la eficiencia y la rapidez, olvidando que no todo lo valioso puede ser medido o maximizado.


La falsa libertad: un círculo vicioso


La falsa libertad es adictiva. Por más que hagas o tengas, nunca es suficiente. Como una máquina que consume más energía para ofrecer menos alegría, esta falsa sensación de libertad solo nos deja agotados, desconectados y, peor aún, insatisfechos.


En contraste, la verdadera libertad es un acto silencioso y revolucionario. No busca reflectores ni aplausos; es discreta, constante, y sí, a veces puede parecer mundana. Pero ahí radica su poder: no necesita adornos porque su magia está en su esencia.


La libertad real no grita, construye. Es como un músculo que se fortalece con cada decisión consciente. Cada pequeño paso que tomas desde la autenticidad te acerca a una paz que no depende de nada externo y, con el tiempo, requiere menos esfuerzo para sostener tu felicidad. Es elegir, no porque debes, sino porque quieres.


¿Cómo se ve la libertad real?


Viendo al mundo a los ojos. Sin condiciones ni filtros.


Te dejo una invitación al coraje:
¿Estás dispuesto a enfrentar tus propias prisiones?
La decisión es tuya. Siempre lo ha sido.


Hay que tener audacia para hablar de libertad.

Quién puede decir lo que es ser libre? Lo que significa para mi, probablemente no tenga sentido para ti. Pero ahí voy… aquí te dejo sólo un punto de vista.


Pensé abordar este tema con la perspectiva de que, muchas veces, nosotros mismos somos nuestros propios “carceleros” y que salir de la prisión, está a una decisión de distancia. 


La Libertad que No Nos Atrevemos a Elegir


En el contexto actual, podemos liberarnos de cualquier cosa, menos de nosotros mismos.


Muchas veces exigimos libertad afuera antes de soltarnos nuestras propias ataduras.


¿Cuántas cosas nos obligamos a hacer? 


¿Cuántas cosas hacemos que si pudiéramos elegir no haríamos? 

¿A cuántos lugares nos llevamos sin deseo? 


¿Con cuantas personas compartimos sin gusto? 


A veces creemos que la libertad se trata de algo muy grandilocuente y olvidamos que ser libres es la suma de las decisiones que tomamos desde un mayor nivel de consciencia. 


¿Cuando sacamos el piloto automático?


¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?


¿Sabes lo que es actuar por transparencia? 


Actuar por transparencia es hacer las cosas por debajo del nivel consciente.


¿Un ejemplo? 

Caminar, cuando lo hacemos (luego de aprender a base de unos cuantos golpes) no lo pensamos. No andamos por la vida diciéndonos ahora avanza la pierna izquierda, ahora la derecha, ahora otra vez la izquierda y así sucesivamente. Lo hacemos y ya. 


También sucede cuando conducimos y superamos la etapa de aprendizaje y con muchas otras cosas de la rutina que han tenido tanta repetición que se vuelven automáticas. 


Ahora, cuando un gran porcentaje del día, de la semana, del mes, de la vida, nos la pasamos en transparencia, corremos el riesgo de ser transparentes, de perder los colores que nos hacen auténticos, singulares y únicos. 


¿Qué tanto de lo que haces es realmente una elección consciente, y qué tanto es una repetición sin reflexión? 


¿Qué tan consciente eres de tus decisiones?


La libertad, al final, es un estado de consciencia. Ser libre no es solo un deseo; es una acción que comienza en el momento en que decidimos tomar control de nuestras elecciones. En un mundo lleno de prisiones invisibles, la puerta hacia la verdadera libertad siempre está abierta… solo hace falta tomar la decisión de cruzarla.


A veces elegimos llenarnos de actividades y distracciones, creyendo que de esa manera hacemos uso de nuestra libertad. Pero lo que oculta la pornoproductividad es la huida. Huimos de nuestra propia vida sin comprender que huir es una caminadora, no un atajo.


Para empezar a hablar de libertad, es necesario forjar una vida de la que no necesites escapar.


Una de las cárceles más comunes, es la digital, solitos nos metemos y vivimos con la ilusión de la “Libertad de la yema de los dedos” La prisión digital es transparente.

Lo anterior nos invita a reflexionar respecto a la sobreabundancia de distracciones y la sensación de falsa libertad.


La Ilusión de la Libertad Digital


Hoy vivimos en una "caverna transparente", bajo el hechizo de la llamada “libertad de la yema de los dedos.” Nos creemos dueños de nuestra atención, convencidos de que estamos eligiendo lo que consumimos, cuando en realidad estamos siendo guiados por un sinfín de estímulos diseñados para captar nuestra atención.


Nos movemos entre la sobreabundancia de distracciones, creyendo que estamos eligiendo, cuando lo cierto es que no hacemos más que reaccionar a lo que nos presentan.


La prisión digital no tiene muros, pero nos encierra igual.


En la era del "Life Hacking", somos bombardeados con fórmulas que prometen liberarnos de las limitaciones humanas. Nos dicen que podemos:


  • Conocer 15 países en 4 semanas.
  • Aprender un idioma en un mes.
  • Leer un libro en 3 días.
  • Bajar 5 kilos en una semana.
  • Conocer 6 personas en una hora.


Estas fórmulas prometen todo, pero entregan poco. Nos venden la ilusión de cosechar recompensas sin compromiso, como calorías vacías para el alma.


Nos hemos hecho esclavos de la eficiencia y la rapidez, olvidando que no todo lo valioso puede ser medido o maximizado.


La falsa libertad: un círculo vicioso


La falsa libertad es adictiva. No importa cuánto tengas o hagas, nunca parece suficiente. Como una máquina que consume más energía para ofrecer menos alegría, esta falsa sensación de libertad solo nos deja agotados, desconectados y, peor aún, insatisfechos.


En contraste, la verdadera libertad es un acto silencioso y revolucionario. No busca reflectores ni aplausos; es discreta, constante, y sí, a veces puede parecer mundana.

Pero ahí radica su poder: no necesita adornos porque su magia está en su esencia.

La libertad real no grita; construye. 


Es como un músculo que se fortalece con cada decisión consciente. Cada pequeño paso que tomas desde la autenticidad te acerca a una paz que no depende de nada externo y, con el tiempo, requiere menos esfuerzo para sostener tu felicidad.


Es elegir, no porque debes, sino porque quieres.


¿Cómo se ve la libertad real?

Viendo al mundo a los ojos. Sin condiciones. Sin filtros.


Te dejo una invitación al coraje:

¿Estás dispuesto a enfrentar tus propias prisiones? 

La decisión es tuya. Siempre lo ha sido.



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Cuando somos niñas, vivimos “primeras veces” constantemente: aprendemos a caminar, a hablar, a andar en bicicleta, a colorear fuera de la línea, a preguntar sin miedo. Cada semana trae una nueva lista de descubrimientos. Vivir es explorar. Al crecer, algo cambia: nos volvemos cautas, cómodas. El miedo al ridículo, al error o a “no hacerlo bien” nos paraliza. Sin darnos cuenta, pasan meses -o años- sin que hagamos algo por primera vez. ¿Por qué dejamos de atrevernos? ¿Por qué creemos que solo se crece cumpliendo años, y no intentando? Este blog no solo cuestiona: es una invitación a moverte desde el deseo, no desde la experiencia; a hacer espacio para lo nuevo; a recordar que todo lo que hoy dominás alguna vez te dio miedo. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez? No me refiero a lo que ya hacés con soltura, sino a lo que llevaste a cabo con las manos temblorosas, la voz insegura, el ego pidiéndote que no te expusieras. Empezar no es sinónimo de ignorancia, sino de valentía: de bajar el volumen del ego y subir el de la vida. Hacer algo nuevo te coloca en modo aprendiz: te incomoda, sí, pero también te despierta. Te obliga a escuchar, a mirar con ojos renovados, a pedir ayuda sin culpa. Te devuelve a ese sitio que el mundo adulto suele robarnos: el derecho a intentar. Nos educaron para tener respuestas antes de preguntar, para “hacerlo bien” a la primera. Pero en la vida real se prueba, se fracasa, se vuelve a intentar. Y en ese proceso aparecen cosas hermosas: Se rompe la rutina. Se activan rutas nuevas en la mente y en el corazón. Nos reconectamos con el presente. Recordamos que estar vivas implica equivocarnos sin culpa. Ser principiante también es ser valiente. Hay que tener coraje para decir otra vez: “No sé, pero quiero aprender”. ¿Cuándo fue la última vez que te permitiste tropezar con algo nuevo sin sentirte menos por eso? Este es tu recordatorio, Oveja: no sos menos por empezar de cero; sos más por animarte a crecer. Si necesitás una excusa para dar el primer paso, aquí van algunas ideas: Probar un plato diferente. Pedir ayuda sin miedo. Ir sola a ese lugar que siempre postergaste. Empezar una conversación difícil. Tomar una clase de algo que no dominás. O simplemente decir: “Nunca lo hice, pero quiero intentarlo”. Y si buscás un mantra, que sea este: “Nadie nace sabiendo, pero todas podemos renacer animándonos.” ¡Ahora es tu turno! Pásate por nuestro Instagram @soy_la_oveja_rosa y cuéntanos en los comentarios: ¿Qué hiciste por primera vez últimamente? ¿Qué nueva experiencia te animarías a probar antes de que termine el año? ¡Nos encanta leerte y celebrar cada primer paso contigo!
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En los músculos. En el ánimo. Y en la dignidad… que a veces queda tirada al lado de la bici de spinning. Este artículo es para vos, que alguna vez te sentiste de sobra en un gimnasio lleno de espejos, que fuiste mirada de reojo por sudar “demasiado”, que te bajaste de la elíptica como quien baja de un barco después de cuarenta días. Para las que salieron de la clase de natación sin piernas, porque adentro el cuerpo flota… pero afuera pesa como tus dudas existenciales. Para las que probaron ballet creyéndose zarigüeyas místicas, pero el espejo devolvía un pequeño elefante confundido. Para las que entraron al kung‑fu con la energía de una heroína, y salieron como Po en Kung Fu Panda … pero sin la sabiduría y con una contractura. Para las que, antes de colgarse de las barras paralelas, evaluaron con seriedad si esa estructura era anticolapso. Para las que sobrevivieron a una clase de spinning… pero no sobrevivieron al asiento. Ese dolor no está tipificado, pero debería tener obra social. Para las que intentaron yoga con la esperanza de encontrar paz interior, y solo encontraron calambres y un pedo involuntario en la postura del niño. Para las que fueron a boxeo y pensaron que era solo pegarle a la bolsa, pero terminaron rogando que alguien las reviva con sales en la cuarta ronda de burpees. Para las que fueron a escalar y descubrieron que la única pared que trepan con éxito… es la de las excusas para no volver. Para las que se metieron a una clase de ritmos latinos creyendo que era Zumba, y salieron con una crisis de identidad y la cadera dislocada. Para las que se unieron a un partido recreativo de básquetbol y terminaron rogando un tanque de oxígeno, mientras el resto parecía recién salido de Space Jam . Para las que corrieron solo “dos cuadritas” y luego necesitaron un Uber para el alma. Este es un espacio para decir: “Yo también sentí que ese lugar no era para mí.” Pero igual me moví. Igual fui. Igual sigo. Dejá tu experiencia en @soy_la_oveja_rosa. Compartí tu anécdota, tu blooper, tu logro pequeño o tu gran fracaso con final feliz. Porque mover el cuerpo es también mover la vergüenza, mover la culpa, mover la historia.  Y eso… eso sí se nota. Aunque no haya abdominales a la vista.
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Desear cuando lo primero que sentís es vergüenza no es fácil. Desear cuando tu primer impulso es esconderte se vuelve casi un imposible. Y no, no es tu culpa. No es tu falta de autoestima. No es que no sepas “disfrutar”. Las investigaciones son claras: Una mala imagen corporal está directamente relacionada con menos deseo sexual, menor disfrute y mayores dificultades para alcanzar el orgasmo (Journal of Sex Research, 2017; Cash & Smolak, 2011). ¿Cuánto podés entregarte al placer si tu mente está ocupada pensando si tu panza se nota, si tu celulitis es visible o si tu cicatriz “arruina” el momento? ¿Cómo vas a disfrutar si, antes de sentir deseo, aprendiste a sentir vergüenza? No nos entrenaron para sentir. Nos entrenaron para corregirnos. Nos entrenaron para esconder cada pliegue, cada marca, cada imperfección que no encaja en la vitrina de lo aceptable. El problema nunca fue tu cuerpo El problema fue, y sigue siendo, la mirada que te enseñaron a tener sobre tu cuerpo. Una mirada que no observa: juzga. Que no acompaña: exige. Que no abraza: mutila. Reconciliarte con tu cuerpo no es opcional si querés reconciliarte con tu placer. No porque tengas que amarlo siempre. No porque sea perfecto. Sino porque mereces sentirte en casa adentro de tu piel. Salir del clóset de tu cuerpo: un grito de libertad Así como salir del clóset para las personas LGBTQ+ implica romper el silencio, desafiar el mandato del ocultamiento y vivir con autenticidad, salir del clóset de tu cuerpo: Es declarar que tu existencia no tiene que ser escondida para merecer ser celebrada. Es dejar de pedir permiso para ser vista. Es dejar de editarte para existir. Es dejar de pensar que tenés que ser «otra versión de vos» para ser deseable, válida o digna de placer. Salir del clóset de tu cuerpo es rebelarte contra la vergüenza que te enseñaron. Es elegir sentir antes que esconderte. Es recuperar el deseo que siempre te perteneció, antes de que el miedo se lo robara. ¿Por qué es urgente hablar de esto? Un estudio reciente del Journal of Health Psychology (2021) encontró que más del 70 % de las mujeres experimentan preocupaciones sobre su apariencia durante el sexo, afectando directamente su capacidad de excitarse y alcanzar el orgasmo (Journal of Health Psychology, 2021). La revolución no empieza cuando bajás una talla. No empieza cuando eliminás tus estrías, tu celulitis o tu cicatriz. La revolución empieza en cómo decidís habitarte. En cómo te animás a mirarte sin odio. En cómo te negás a seguir pidiendo disculpas por ocupar espacio. Recuerda: No necesitás corregirte para ser digna de placer. No necesitás encajar para ser deseada. No necesitás esconderte para ser amada. Tu cuerpo no es el problema. Tu vergüenza no es tu esencia. Tu libertad empieza cuando dejás de pedir permiso para habitarte. Salir del clóset de tu cuerpo es un acto de amor propio. Y también de rebelión. Y también de resistencia. Porque vivir en voz alta, en cuerpo completo, es el primer grito de libertad que el mundo necesita escuchar. Fuentes: • Journal of Sex Research (2017). Body Image and Sexual Functioning. • Cash, T. F., & Smolak, L. (2011). Body Image: A Handbook of Science, Practice, and Prevention. • Journal of Health Psychology (2021). Impact of body image on sexual health outcomes.
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April 23, 2025
Nadie llega al mundo con ningún título puesto y mucho menos el de “ Oveja Rosa” . No nacimos con etiquetas de valentía ni con manuales de autenticidad debajo del brazo. Nos formamos en el camino: a veces a golpes, a veces con lágrimas, a veces con una fuerza que ni sabíamos que teníamos. Muchas, primero, fuimos ovejas negras: las diferentes, las incómodas, las que no encajaban. Hasta que, un día, en lugar de seguir pidiendo permiso para pertenecer, nos teñimos de rosa y comprendimos que no estábamos equivocadas, sino despertando. Nos convertimos en Oveja Rosa cuando nos cansamos de encajar en moldes que no elegimos; cuando dejamos de callarnos por educación o por miedo; cuando soltamos el disfraz de lo que “deberíamos ser” y nos animamos, por fin, a ser quienes somos. Ser una Oveja Rosa no es una rareza genética: es una decisión, una elección consciente de vivir con autenticidad aunque incomode; de rebelarse con conciencia, sin odio, sin culpa y sin disfraces; de no encajar si el precio es dejar de ser vos; de levantar la voz, pero también de abrir el corazón; de saber que tu diferencia no te aleja, sino que te define. Porque ser una Oveja Rosa es: Rebelarse con conciencia, no desde la reacción. Transformar el estigma en emblema. Ver el paso del tiempo como una elevación, no un declive. Reconocerse en las imperfecciones, no corregirse para gustar. Y nunca, nunca dejar que el privilegio nuble la empatía. Ser una Oveja Rosa es entender que la belleza sin libertad no sirve, que la perfección sin goce no alcanza, y que la buena vida empieza cuando dejás de exigirte y empezás a abrazarte; cuando elegís el espejo no para juzgarte, sino para reconocerte; cuando comprendés que ser fuerte no es aguantarlo todo, sino dejar de aguantarte a vos misma. Oveja Rosa se hace cuando te cansás del piloto automático, cuando te das cuenta de que no querés heredar más mandatos, cuando ya no te alcanzan los “deberías” y empezás a buscar lo que verdaderamente querés. Y, sobre todo, cuando decidís encenderte para encender a otras, porque una Oveja Rosa no ilumina sola: su luz no es exclusiva, ni limitada, ni frágil, sino expansiva. Parte del ADN de una Oveja Rosa es encender otras velas: entendimos que iluminar a otras no apaga la propia llama; al contrario, cuanto más velas se encienden, más claro se ve el camino, más fuerte es la tribu, más poderosa la comunidad y más transformador el mensaje. Ser Oveja Rosa es ser chispa y fuego: es abrir camino, es decir “yo me animo” para que otra diga “yo también puedo”, es ser esa voz que te hubiera gustado escuchar, esa red que te hubiera gustado tener, ese abrazo que te hubiera salvado una vez. Y si todo esto te resuena… entonces ya lo sos; solo te faltaba recordarlo. Bienvenida a tu rebaño. Bienvenida a tu revolución.