Fat Talk: El peso de lo que decimos

No hablemos del cuerpo. Mejor, cuéntame tus sueños.

El Fat Talk es más común de lo que imaginamos. Es esa charla cotidiana, esos chistes, críticas o comentarios cuyo eje central es el cuerpo, el peso o la apariencia. ¿Te suena familiar? Celebrar una pérdida de peso, criticar cuerpos (propios o ajenos) o comentar con culpa sobre la comida de alguien son claros ejemplos.


Frases típicas del Fat Talk:


  • “¡Estás guapísima! ¿Adelgazaste?”
  • “No eres gorda, eres hermosa.”
  • “Me fui como gorda en tobogán.”


Estas frases parecen inofensivas, pero si las analizamos... ¿por qué "gorda" y "linda" no pueden ir juntas?


El impacto es profundo


Gran parte de nuestras conversaciones, especialmente entre mujeres, giran en torno al peso, la comida y la apariencia. Este enfoque refuerza ideales dañinos que alimentan la insatisfacción corporal, la inseguridad y una menor confianza en nosotros mismos.


¿Cómo frenarlo?


Infórmate: Lo estás haciendo ahora. ¡Bravo!

Cambia la narrativa: Redirige las conversaciones hacia aspectos positivos y no relacionados con el físico.

Crea un entorno positivo: Piensa en cumplidos más allá de la apariencia y compártelos.


Las estadísticas detrás del Fat Talk


El impacto de estos comentarios va más allá de lo anecdótico. Según la Asociación Nacional de Trastornos de la Alimentación (NEDA):


  • El 60% de las personas han participado en Fat Talk al menos una vez por semana.


  • Un 93% de las mujeres han hecho comentarios autocríticos sobre su cuerpo en algún momento de sus vidas.


Además, estudios indican que las conversaciones centradas en la apariencia están directamente relacionadas con la insatisfacción corporal y una mayor probabilidad de desarrollar trastornos alimentarios y problemas de salud mental.


El poder del lenguaje: Generar nuevas realidades


El lenguaje no es solo descriptivo; es generativo. Las palabras que usamos moldean nuestra percepción del mundo y nuestra identidad. Cuando hablamos de cuerpos desde la crítica o la comparación, reforzamos una narrativa colectiva de insatisfacción. En cambio, si elegimos palabras que celebren la diversidad y el valor intrínseco de cada persona, podemos construir realidades más inclusivas y empáticas.


El filósofo Ludwig Wittgenstein decía: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.” Si ampliamos nuestro lenguaje para incluir respeto y aceptación, también expandimos los límites de un mundo más amable y libre de prejuicios.


Cómo generar espacios seguros y libres de Fat Talk


  1. Cambia el enfoque de los cumplidos: En lugar de comentar sobre el cuerpo o el peso, elogia cualidades como la creatividad, la inteligencia o la amabilidad. Por ejemplo: en vez de decir “Te ves más delgada”, opta por “Tu energía hoy es increíble”.
  2. Desafía comentarios dañinos: Si alguien hace un comentario relacionado con el Fat Talk, responde con empatía y firmeza. Ejemplo: “¿Por qué no hablamos de algo más interesante que nuestro peso?”
  3. Sé un modelo de diálogo positivo: Evita comentarios autocríticos frente a los demás y practica la autocompasión.
  4. Promueve conversaciones enriquecedoras: Habla sobre libros, proyectos o temas de interés, en lugar de centrarte en la apariencia.
  5. Fomenta la diversidad corporal: Normaliza la diversidad en redes sociales y en tu entorno, mostrando cuerpos reales.


El impacto de cambiar la narrativa


Cuando dejamos de participar en el Fat Talk, no solo liberamos nuestras propias mentes de la presión de cumplir con estándares imposibles, sino que también ayudamos a las generaciones futuras a crecer en un entorno donde el valor de una persona no se mide en kilos o tallas. Cambiar el lenguaje es el primer paso para cambiar la cultura.


¿Cómo sería un mundo sin opiniones sobre el cuerpo?


Un mundo donde el valor de una persona no dependa de su apariencia sería un lugar más libre, amable y menos crítico. Si enfocáramos nuestras palabras en lo que realmente importa –ideas, valores, logros–, construiríamos un entorno donde cada individuo pueda florecer sin la constante presión de encajar en estándares irreales.


Regla simple: Si no se puede cambiar en cinco segundos, no lo digas.


  • ¿Alguien tiene algo verde entre los dientes? Menciónalo con amabilidad.


  • ¿Quieres comentar sobre un cambio en su cuerpo? No lo hagas.


Las palabras tienen poder: pueden construir o destruir. Generar ambientes seguros y libres de juicios evita la contaminación emocional que, muchas veces, damos por normal.


Recuerda: No somos un número, ni de peso ni de talla. Cada cuerpo tiene un valor incalculable. El Fat Talk busca encasillarnos en estándares imposibles, pero el cambio comienza con una decisión: romper esa narrativa.


Hoy, di NO al Fat Talk y SÍ a una narrativa de amor propio.


Hablar diferente es el primer paso para vivir diferente.


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Cuando somos niñas, vivimos “primeras veces” constantemente: aprendemos a caminar, a hablar, a andar en bicicleta, a colorear fuera de la línea, a preguntar sin miedo. Cada semana trae una nueva lista de descubrimientos. Vivir es explorar. Al crecer, algo cambia: nos volvemos cautas, cómodas. El miedo al ridículo, al error o a “no hacerlo bien” nos paraliza. Sin darnos cuenta, pasan meses -o años- sin que hagamos algo por primera vez. ¿Por qué dejamos de atrevernos? ¿Por qué creemos que solo se crece cumpliendo años, y no intentando? Este blog no solo cuestiona: es una invitación a moverte desde el deseo, no desde la experiencia; a hacer espacio para lo nuevo; a recordar que todo lo que hoy dominás alguna vez te dio miedo. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez? No me refiero a lo que ya hacés con soltura, sino a lo que llevaste a cabo con las manos temblorosas, la voz insegura, el ego pidiéndote que no te expusieras. Empezar no es sinónimo de ignorancia, sino de valentía: de bajar el volumen del ego y subir el de la vida. Hacer algo nuevo te coloca en modo aprendiz: te incomoda, sí, pero también te despierta. Te obliga a escuchar, a mirar con ojos renovados, a pedir ayuda sin culpa. Te devuelve a ese sitio que el mundo adulto suele robarnos: el derecho a intentar. Nos educaron para tener respuestas antes de preguntar, para “hacerlo bien” a la primera. Pero en la vida real se prueba, se fracasa, se vuelve a intentar. Y en ese proceso aparecen cosas hermosas: Se rompe la rutina. Se activan rutas nuevas en la mente y en el corazón. Nos reconectamos con el presente. Recordamos que estar vivas implica equivocarnos sin culpa. Ser principiante también es ser valiente. Hay que tener coraje para decir otra vez: “No sé, pero quiero aprender”. ¿Cuándo fue la última vez que te permitiste tropezar con algo nuevo sin sentirte menos por eso? Este es tu recordatorio, Oveja: no sos menos por empezar de cero; sos más por animarte a crecer. Si necesitás una excusa para dar el primer paso, aquí van algunas ideas: Probar un plato diferente. Pedir ayuda sin miedo. Ir sola a ese lugar que siempre postergaste. Empezar una conversación difícil. Tomar una clase de algo que no dominás. O simplemente decir: “Nunca lo hice, pero quiero intentarlo”. Y si buscás un mantra, que sea este: “Nadie nace sabiendo, pero todas podemos renacer animándonos.” ¡Ahora es tu turno! Pásate por nuestro Instagram @soy_la_oveja_rosa y cuéntanos en los comentarios: ¿Qué hiciste por primera vez últimamente? ¿Qué nueva experiencia te animarías a probar antes de que termine el año? ¡Nos encanta leerte y celebrar cada primer paso contigo!