La atención es el corazón de la inteligencia

Está comprobado que los seres humanos tenemos una capacidad limitada para prestar atención consciente, y además está cuantificada: 150 GB de información. Por eso, es crucial decidir a dónde dirigir nuestro enfoque y evitar ser víctimas del bombardeo constante de estímulos externos.


El 95% de nuestras acciones las realizamos de manera inconsciente, y la atención no es la excepción. Inconscientemente, prestamos atención a lo que nuestra familia nos dice, a lo que la cultura nos permite, a lo que los medios posicionan y a lo que la sociedad promueve. Esto resulta contraproducente, ya que destinamos nuestra atención a todo lo que nos llega sin dirigirla hacia nuestras verdaderas intenciones. Vigilar a qué cuestiones le prestamos atención, determina en gran medida, nuestra percepción de la realidad. 


En un mundo saturado de estímulos, la capacidad de gestionar nuestra atención en concordancia con nuestros objetivos se convierte en una cualidad invaluable.


Nuestro día a día está lleno de dispositivos y eventos que continuamente demandan nuestra atención. En casa, en el trabajo y en la calle, somos bombardeados con información que compite por capturar ese recurso tan codiciado. En medio de este "campo de batalla", debemos ser funcionales, productivos, creativos e innovadores para reinventar nuestro presente y construir nuestro futuro.


La multitarea es un mito


La ciencia ha demostrado que la multitarea no es más que una ilusión. Podemos caminar y mascar chicle al mismo tiempo o mirar una película y disfrutar de su banda sonora, pero lo que no podemos hacer es estar en una reunión y responder un mensaje de WhatsApp, o mantener una conversación mientras escribimos un correo.


Biológicamente, estamos imposibilitados para realizar dos tareas que utilizan los mismos mecanismos de procesamiento cerebral al mismo tiempo. Lo que realmente sucede es que nuestra mente conecta y desconecta repetidamente del foco de atención, lo cual no solo reduce nuestra eficiencia, sino que también puede ser peligroso.


Atención automática vs. atención ejecutiva


Los seres humanos compartimos con los animales la atención automática, que responde a estímulos rápidos como el sonido de una alarma o escuchar nuestro nombre. Esta atención reacciona a lo relevante, novedoso o distintivo de forma instintiva y automática. 


Lo que nos diferencia de los animales es nuestra atención ejecutiva, la cual tiene por objetivo seleccionar la información relevante y supervisar que nuestras acciones y pensamientos estén en sintonía con nuestros objetivos.


El desafío de dirigir la atención


Tener la capacidad de enfocar nuestra atención de manera voluntaria en lo que consideramos importante no significa que sea sencillo. En un entorno saturado —y más aún en un contexto post pandémico—, mantener el enfoque consume muchos recursos en términos de energía cerebral.


Mantener la atención focalizada y bajo control es tan difícil cómo encauzar el agua: si existe una grieta, el flujo se dispersa, al igual que nuestros pensamientos en el espacio mental de trabajo. La atención encauza nuestra vida mental hacia la consecución de objetivos y actúa como el sistema principal de regulación de nuestro comportamiento.


¿Es posible entrenar la atención?


En el pasado, se consideraba que las capacidades superiores de los seres humanos estaban predeterminadas genéticamente y que la atención era poco susceptible de mejorarse mediante educación.


Sin embargo, hoy en día existen programas de entrenamiento atencional que han demostrado que sí es posible fortalecer esta capacidad mediante ejercicios. De hecho, varios países han declarado estas prácticas como una cuestión de salud pública en el contexto actual.


La atención ejecutiva es el sistema primordial de regulación del comportamiento y el control voluntario de nuestras acciones. Es de crucial importancia para la inteligencia y el aprendizaje. Por esta razón, muchas organizaciones en el mundo han comenzado a educar sobre cómo funciona la atención y sus posibilidades de entrenamiento como una estrategia de sustentabilidad corporativa. En la era de la tecnosaturación, esto se ha convertido en una necesidad clave para el bienestar de las personas y las organizaciones.






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Cuando somos niñas, vivimos “primeras veces” constantemente: aprendemos a caminar, a hablar, a andar en bicicleta, a colorear fuera de la línea, a preguntar sin miedo. Cada semana trae una nueva lista de descubrimientos. Vivir es explorar. Al crecer, algo cambia: nos volvemos cautas, cómodas. El miedo al ridículo, al error o a “no hacerlo bien” nos paraliza. Sin darnos cuenta, pasan meses -o años- sin que hagamos algo por primera vez. ¿Por qué dejamos de atrevernos? ¿Por qué creemos que solo se crece cumpliendo años, y no intentando? Este blog no solo cuestiona: es una invitación a moverte desde el deseo, no desde la experiencia; a hacer espacio para lo nuevo; a recordar que todo lo que hoy dominás alguna vez te dio miedo. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez? No me refiero a lo que ya hacés con soltura, sino a lo que llevaste a cabo con las manos temblorosas, la voz insegura, el ego pidiéndote que no te expusieras. Empezar no es sinónimo de ignorancia, sino de valentía: de bajar el volumen del ego y subir el de la vida. Hacer algo nuevo te coloca en modo aprendiz: te incomoda, sí, pero también te despierta. Te obliga a escuchar, a mirar con ojos renovados, a pedir ayuda sin culpa. Te devuelve a ese sitio que el mundo adulto suele robarnos: el derecho a intentar. Nos educaron para tener respuestas antes de preguntar, para “hacerlo bien” a la primera. Pero en la vida real se prueba, se fracasa, se vuelve a intentar. Y en ese proceso aparecen cosas hermosas: Se rompe la rutina. Se activan rutas nuevas en la mente y en el corazón. Nos reconectamos con el presente. Recordamos que estar vivas implica equivocarnos sin culpa. Ser principiante también es ser valiente. Hay que tener coraje para decir otra vez: “No sé, pero quiero aprender”. ¿Cuándo fue la última vez que te permitiste tropezar con algo nuevo sin sentirte menos por eso? Este es tu recordatorio, Oveja: no sos menos por empezar de cero; sos más por animarte a crecer. Si necesitás una excusa para dar el primer paso, aquí van algunas ideas: Probar un plato diferente. Pedir ayuda sin miedo. Ir sola a ese lugar que siempre postergaste. Empezar una conversación difícil. Tomar una clase de algo que no dominás. O simplemente decir: “Nunca lo hice, pero quiero intentarlo”. Y si buscás un mantra, que sea este: “Nadie nace sabiendo, pero todas podemos renacer animándonos.” ¡Ahora es tu turno! Pásate por nuestro Instagram @soy_la_oveja_rosa y cuéntanos en los comentarios: ¿Qué hiciste por primera vez últimamente? ¿Qué nueva experiencia te animarías a probar antes de que termine el año? ¡Nos encanta leerte y celebrar cada primer paso contigo!