Sal del closet de tu cuerpo

Para empezar por el principio, les cuento el porqué del título.

"Salir del clóset" es un término coloquial que hace referencia a un proceso de aceptación.


Esta frase se ha convertido en un canto a la libertad para la comunidad LGBTQI+.
Peeeero...
¿Sabías que esta expresión no siempre ha tenido que ver con la orientación sexual de una persona?



La tradición literaria asocia el armario con el lugar donde una persona guarda sus miedos, inquietudes y secretos inconfesables de cualquier índole. 


El origen de esta expresión proviene de la traducción de la frase anglosajona "coming out of the closet", la cual se deriva de otra expresión inglesa: "to have a skeleton in the closet", traducida como "tener un esqueleto en el armario". Que quiere decir "tener algo vergonzoso que no se quiere hacer público".

Te has preguntado, ¿A cuántas personas les da vergüenza su cuerpo?


  • Si buscas la palabra "dieta" en Google, encontrarás más de 1,180 millones de resultados.
  • Ahora pon la pregunta "¿Cómo bajar de peso?" y encontrarás más de 335 millones de resultados.


En definitiva, "salir del clóset" es sinónimo de libertad y autoaceptación. Creo que este concepto tiene mucho que aportar en la lucha por la diversidad corporal.

¿Te parece que aplica? ¿Qué opinas?


Nos quieren muertas antes que sencillas


  • Cada 52 minutos, una persona muere como consecuencia directa de un trastorno alimentario.
  • 9 de cada 10 personas con trastornos alimentarios son mujeres.


Si la belleza es subjetiva, ¿Por qué compartimos el deseo de conseguir determinada corporalidad?


En el mercado de inseguridades, un buen consumidor es un consumidor inseguro: Más insatisfacción, más consumo.


La publicidad es una industria que genera más de 200 mil millones de dólares al año. Estamos expuestos a más de 3,000 anuncios cada día y, por sorprendente que parezca, casi todos creemos que no nos influyen.


Desde que nos despertamos, somos bombardeados con mensajes y expectativas relacionadas con todas y cada una de las facetas de nuestra vida. Evitarlos es como intentar contener la respiración para no inhalar contaminación, ¡Imposible!

No ser nadie más que tú mismo en un mundo que hace todo lo posible, día y noche, por convertirte en cualquier otra cosa, significa luchar contra lo más duro que un ser humano puede enfrentar. No dejar de ser reales es una de las batallas más valientes que jamás libraremos.


Piensa:


Si tu objetivo es ser auténtica y no gustas, no es tan duro como si tu objetivo es gustar y no gustas.


Somos válidas y válidos tal y como somos


Nuestro mayor desafío es admitir que valemos ya, en este mismo minuto. La valía personal no tiene requisitos previos. Sin embargo, hemos asumido inconscientemente una larga lista de pre-requisitos para sentirnos válidos:


  • Valdré cuando pierda 10 kg.
  • Valdré cuando me vea más atlética.
  • Valdré cuando mi piel esté más tersa.
  • Valdré cuando pueda ser talla S.
  • Valdré si vuelvo a usar los jeans de hace 5 años.
  • Valdré si los demás reconocen que me veo más flaca.


Todas y todos valemos YA, ahora.
No "Si". Ni "Cuando".


¿Alguna vez te ha pasado no encontrar una talla para ti?
¿Con quién te enojaste por eso?
¿Con tu cuerpo o con la marca?


Léelo otra vez.

Tu cuerpo no está en ti, tú estás en tu cuerpo, y tienes las características perfectas para cumplir lo que viniste a hacer.


Antes de terminar, quiero disculparme con todas esas mujeres a las que he llamado guapas antes de llamarlas inteligentes o valientes. A partir de ahora, diré cosas como "eres fuerte" o "eres extraordinaria". No porque piense que no son lindas, sino porque creo que son mucho más que eso.


"Una cultura obsesionada con la delgadez femenina no está obsesionada con la belleza de las mujeres; está obsesionada con su obediencia."
— Naomi Wolf


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Cuando somos niñas, vivimos “primeras veces” constantemente: aprendemos a caminar, a hablar, a andar en bicicleta, a colorear fuera de la línea, a preguntar sin miedo. Cada semana trae una nueva lista de descubrimientos. Vivir es explorar. Al crecer, algo cambia: nos volvemos cautas, cómodas. El miedo al ridículo, al error o a “no hacerlo bien” nos paraliza. Sin darnos cuenta, pasan meses -o años- sin que hagamos algo por primera vez. ¿Por qué dejamos de atrevernos? ¿Por qué creemos que solo se crece cumpliendo años, y no intentando? Este blog no solo cuestiona: es una invitación a moverte desde el deseo, no desde la experiencia; a hacer espacio para lo nuevo; a recordar que todo lo que hoy dominás alguna vez te dio miedo. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez? No me refiero a lo que ya hacés con soltura, sino a lo que llevaste a cabo con las manos temblorosas, la voz insegura, el ego pidiéndote que no te expusieras. Empezar no es sinónimo de ignorancia, sino de valentía: de bajar el volumen del ego y subir el de la vida. Hacer algo nuevo te coloca en modo aprendiz: te incomoda, sí, pero también te despierta. Te obliga a escuchar, a mirar con ojos renovados, a pedir ayuda sin culpa. Te devuelve a ese sitio que el mundo adulto suele robarnos: el derecho a intentar. Nos educaron para tener respuestas antes de preguntar, para “hacerlo bien” a la primera. Pero en la vida real se prueba, se fracasa, se vuelve a intentar. Y en ese proceso aparecen cosas hermosas: Se rompe la rutina. Se activan rutas nuevas en la mente y en el corazón. Nos reconectamos con el presente. Recordamos que estar vivas implica equivocarnos sin culpa. Ser principiante también es ser valiente. Hay que tener coraje para decir otra vez: “No sé, pero quiero aprender”. ¿Cuándo fue la última vez que te permitiste tropezar con algo nuevo sin sentirte menos por eso? Este es tu recordatorio, Oveja: no sos menos por empezar de cero; sos más por animarte a crecer. Si necesitás una excusa para dar el primer paso, aquí van algunas ideas: Probar un plato diferente. Pedir ayuda sin miedo. Ir sola a ese lugar que siempre postergaste. Empezar una conversación difícil. Tomar una clase de algo que no dominás. O simplemente decir: “Nunca lo hice, pero quiero intentarlo”. Y si buscás un mantra, que sea este: “Nadie nace sabiendo, pero todas podemos renacer animándonos.” ¡Ahora es tu turno! Pásate por nuestro Instagram @soy_la_oveja_rosa y cuéntanos en los comentarios: ¿Qué hiciste por primera vez últimamente? ¿Qué nueva experiencia te animarías a probar antes de que termine el año? ¡Nos encanta leerte y celebrar cada primer paso contigo!
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En los músculos. En el ánimo. Y en la dignidad… que a veces queda tirada al lado de la bici de spinning. Este artículo es para vos, que alguna vez te sentiste de sobra en un gimnasio lleno de espejos, que fuiste mirada de reojo por sudar “demasiado”, que te bajaste de la elíptica como quien baja de un barco después de cuarenta días. Para las que salieron de la clase de natación sin piernas, porque adentro el cuerpo flota… pero afuera pesa como tus dudas existenciales. Para las que probaron ballet creyéndose zarigüeyas místicas, pero el espejo devolvía un pequeño elefante confundido. Para las que entraron al kung‑fu con la energía de una heroína, y salieron como Po en Kung Fu Panda … pero sin la sabiduría y con una contractura. Para las que, antes de colgarse de las barras paralelas, evaluaron con seriedad si esa estructura era anticolapso. Para las que sobrevivieron a una clase de spinning… pero no sobrevivieron al asiento. Ese dolor no está tipificado, pero debería tener obra social. Para las que intentaron yoga con la esperanza de encontrar paz interior, y solo encontraron calambres y un pedo involuntario en la postura del niño. Para las que fueron a boxeo y pensaron que era solo pegarle a la bolsa, pero terminaron rogando que alguien las reviva con sales en la cuarta ronda de burpees. Para las que fueron a escalar y descubrieron que la única pared que trepan con éxito… es la de las excusas para no volver. Para las que se metieron a una clase de ritmos latinos creyendo que era Zumba, y salieron con una crisis de identidad y la cadera dislocada. Para las que se unieron a un partido recreativo de básquetbol y terminaron rogando un tanque de oxígeno, mientras el resto parecía recién salido de Space Jam . Para las que corrieron solo “dos cuadritas” y luego necesitaron un Uber para el alma. Este es un espacio para decir: “Yo también sentí que ese lugar no era para mí.” Pero igual me moví. Igual fui. Igual sigo. Dejá tu experiencia en @soy_la_oveja_rosa. Compartí tu anécdota, tu blooper, tu logro pequeño o tu gran fracaso con final feliz. Porque mover el cuerpo es también mover la vergüenza, mover la culpa, mover la historia.  Y eso… eso sí se nota. Aunque no haya abdominales a la vista.
May 6, 2025
Maternar es un verbo irregular. Cada quien lo conjuga como puede.
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Desear cuando lo primero que sentís es vergüenza no es fácil. Desear cuando tu primer impulso es esconderte se vuelve casi un imposible. Y no, no es tu culpa. No es tu falta de autoestima. No es que no sepas “disfrutar”. Las investigaciones son claras: Una mala imagen corporal está directamente relacionada con menos deseo sexual, menor disfrute y mayores dificultades para alcanzar el orgasmo (Journal of Sex Research, 2017; Cash & Smolak, 2011). ¿Cuánto podés entregarte al placer si tu mente está ocupada pensando si tu panza se nota, si tu celulitis es visible o si tu cicatriz “arruina” el momento? ¿Cómo vas a disfrutar si, antes de sentir deseo, aprendiste a sentir vergüenza? No nos entrenaron para sentir. Nos entrenaron para corregirnos. Nos entrenaron para esconder cada pliegue, cada marca, cada imperfección que no encaja en la vitrina de lo aceptable. El problema nunca fue tu cuerpo El problema fue, y sigue siendo, la mirada que te enseñaron a tener sobre tu cuerpo. Una mirada que no observa: juzga. Que no acompaña: exige. Que no abraza: mutila. Reconciliarte con tu cuerpo no es opcional si querés reconciliarte con tu placer. No porque tengas que amarlo siempre. No porque sea perfecto. Sino porque mereces sentirte en casa adentro de tu piel. Salir del clóset de tu cuerpo: un grito de libertad Así como salir del clóset para las personas LGBTQ+ implica romper el silencio, desafiar el mandato del ocultamiento y vivir con autenticidad, salir del clóset de tu cuerpo: Es declarar que tu existencia no tiene que ser escondida para merecer ser celebrada. Es dejar de pedir permiso para ser vista. Es dejar de editarte para existir. Es dejar de pensar que tenés que ser «otra versión de vos» para ser deseable, válida o digna de placer. Salir del clóset de tu cuerpo es rebelarte contra la vergüenza que te enseñaron. Es elegir sentir antes que esconderte. Es recuperar el deseo que siempre te perteneció, antes de que el miedo se lo robara. ¿Por qué es urgente hablar de esto? Un estudio reciente del Journal of Health Psychology (2021) encontró que más del 70 % de las mujeres experimentan preocupaciones sobre su apariencia durante el sexo, afectando directamente su capacidad de excitarse y alcanzar el orgasmo (Journal of Health Psychology, 2021). La revolución no empieza cuando bajás una talla. No empieza cuando eliminás tus estrías, tu celulitis o tu cicatriz. La revolución empieza en cómo decidís habitarte. En cómo te animás a mirarte sin odio. En cómo te negás a seguir pidiendo disculpas por ocupar espacio. Recuerda: No necesitás corregirte para ser digna de placer. No necesitás encajar para ser deseada. No necesitás esconderte para ser amada. Tu cuerpo no es el problema. Tu vergüenza no es tu esencia. Tu libertad empieza cuando dejás de pedir permiso para habitarte. Salir del clóset de tu cuerpo es un acto de amor propio. Y también de rebelión. Y también de resistencia. Porque vivir en voz alta, en cuerpo completo, es el primer grito de libertad que el mundo necesita escuchar. Fuentes: • Journal of Sex Research (2017). Body Image and Sexual Functioning. • Cash, T. F., & Smolak, L. (2011). Body Image: A Handbook of Science, Practice, and Prevention. • Journal of Health Psychology (2021). Impact of body image on sexual health outcomes.
April 30, 2025
Pensar antes de herir: la verdadera revolución emocional.
April 23, 2025
Nadie llega al mundo con ningún título puesto y mucho menos el de “ Oveja Rosa” . No nacimos con etiquetas de valentía ni con manuales de autenticidad debajo del brazo. Nos formamos en el camino: a veces a golpes, a veces con lágrimas, a veces con una fuerza que ni sabíamos que teníamos. Muchas, primero, fuimos ovejas negras: las diferentes, las incómodas, las que no encajaban. Hasta que, un día, en lugar de seguir pidiendo permiso para pertenecer, nos teñimos de rosa y comprendimos que no estábamos equivocadas, sino despertando. Nos convertimos en Oveja Rosa cuando nos cansamos de encajar en moldes que no elegimos; cuando dejamos de callarnos por educación o por miedo; cuando soltamos el disfraz de lo que “deberíamos ser” y nos animamos, por fin, a ser quienes somos. Ser una Oveja Rosa no es una rareza genética: es una decisión, una elección consciente de vivir con autenticidad aunque incomode; de rebelarse con conciencia, sin odio, sin culpa y sin disfraces; de no encajar si el precio es dejar de ser vos; de levantar la voz, pero también de abrir el corazón; de saber que tu diferencia no te aleja, sino que te define. Porque ser una Oveja Rosa es: Rebelarse con conciencia, no desde la reacción. Transformar el estigma en emblema. Ver el paso del tiempo como una elevación, no un declive. Reconocerse en las imperfecciones, no corregirse para gustar. Y nunca, nunca dejar que el privilegio nuble la empatía. Ser una Oveja Rosa es entender que la belleza sin libertad no sirve, que la perfección sin goce no alcanza, y que la buena vida empieza cuando dejás de exigirte y empezás a abrazarte; cuando elegís el espejo no para juzgarte, sino para reconocerte; cuando comprendés que ser fuerte no es aguantarlo todo, sino dejar de aguantarte a vos misma. Oveja Rosa se hace cuando te cansás del piloto automático, cuando te das cuenta de que no querés heredar más mandatos, cuando ya no te alcanzan los “deberías” y empezás a buscar lo que verdaderamente querés. Y, sobre todo, cuando decidís encenderte para encender a otras, porque una Oveja Rosa no ilumina sola: su luz no es exclusiva, ni limitada, ni frágil, sino expansiva. Parte del ADN de una Oveja Rosa es encender otras velas: entendimos que iluminar a otras no apaga la propia llama; al contrario, cuanto más velas se encienden, más claro se ve el camino, más fuerte es la tribu, más poderosa la comunidad y más transformador el mensaje. Ser Oveja Rosa es ser chispa y fuego: es abrir camino, es decir “yo me animo” para que otra diga “yo también puedo”, es ser esa voz que te hubiera gustado escuchar, esa red que te hubiera gustado tener, ese abrazo que te hubiera salvado una vez. Y si todo esto te resuena… entonces ya lo sos; solo te faltaba recordarlo. Bienvenida a tu rebaño. Bienvenida a tu revolución.