¿Sin querer… o sin quererme?

Pensar antes de herir: la verdadera revolución emocional.

¿Cuántas veces dijimos “fue sin querer”?


¿Cuántas veces lo escuchamos de otros?


¿Cuántas veces nos aferramos a esas palabras como un intento de suavizar el golpe, de maquillar el dolor, de evitar mirar de frente la herida?


Y más profundo aún:

¿Cuántas veces hicimos daño no porque quisiéramos hacerlo… sino porque no quisimos lo suficiente?


No quisimos cuidar.

No quisimos pensar antes de actuar.

No quisimos priorizar el vínculo.


Vivimos en una cultura donde la intención pareciera tener más peso que el impacto.


Pero la verdad es incómoda: las buenas intenciones no curan las heridas.

Según el estudio de Psychological Science (2018), las personas tienden a minimizar el daño que causan si sienten que “no fue intencional”, aunque el dolor que generan en el otro sea el mismo que si lo hubieran hecho a propósito.


Traducción simple:


No importa si lo hiciste “sin querer”.

La herida existe igual.


Cuando el “sin querer” no alcanza


Decir “fue sin querer” muchas veces funciona como un atajo emocional para no enfrentar el verdadero problema: la falta de responsabilidad afectiva.

¿Qué es, entonces, la responsabilidad afectiva?


Responsabilidad afectiva no es ser perfecto.

No es no equivocarse nunca.

No es caminar sobre puntas de pie para no molestar.


Responsabilidad afectiva es:


  • Pensar antes de actuar.
  • Reconocer que nuestras acciones, palabras y silencios impactan en el otro.
  • Prever que, aunque no tengamos mala intención, igual podemos herir si no somos atentos.
  • Hacernos cargo de cómo estamos presentes en el vínculo.
  • Cuidar antes de tener que pedir perdón.


En un mundo que sigue romantizando la pasión como descontrol (“me dejé llevar”, “no lo pensé”, “fue más fuerte que yo”), hablar de responsabilidad afectiva no es exagerado: es urgente.


Según el Global Relationships Report de YouGov (2023), el 64 % de las personas identifican la falta de responsabilidad emocional como una causa directa de rupturas dolorosas y vínculos que dejaron heridas profundas.


La pasión puede encender pero la responsabilidad es la que sostiene.


Estos son algunos ejemplos de irresponsabilidad afectiva a los que debemos estar atentos:


  • Decir cosas hirientes en medio de un enojo y justificarlas después con un “no lo quise decir, estaba enojado”.
  • Desaparecer emocionalmente en momentos importantes y pedir disculpas cuando ya el daño está hecho.
  • Prometer sin intención de cumplir, dejando al otro a la intemperie emocional.
  • Jugar con la ambigüedad de los sentimientos (“te quiero, pero no sé qué quiero”) sin considerar el desgaste que genera en el otro.
  • Pedir perdón sistemáticamente en vez de modificar actitudes que hieren.


En cambio la responsabilidad afectiva es: 


  • Elegir tus palabras incluso en un momento de enojo, entendiendo que el enojo pasa, pero las palabras quedan.
  • Reconocer tus límites personales y comunicarlos antes de prometer cosas que no vas a cumplir.
  • Estar presente en momentos importantes para la otra persona, aunque no sea cómodo para vos.
  • Dialogar honestamente sobre lo que sentís y querés, aunque implique conversaciones incómodas.
  • Preguntar cómo afectó tu acción antes de dar por hecho que “no fue para tanto”.


Y ¿Cómo transformar la irresponsabilidad afectiva en responsabilidad real?


La transición empieza en tres movimientos simples (pero valientes):


1. Conciencia:

Reconocé que tus actos tienen peso.

No importa si no era tu intención herir.

Si alguien se sintió herido, algo pasó.


2. Coherencia:

Cuida que tus acciones acompañen tus sentimientos.

No alcanza con querer bien: hay que actuar bien.


3. Prevención:

No pongas toda la energía en pedir perdón después.

Ponela en cuidar antes.

En pensar antes.

En frenar cuando el impulso puede transformarse en daño.

Recuerda que el amor sin responsabilidad emocional es un fuego que abrasa más de lo que calienta.


Cuidar es rebelde.

Pensar antes de herir es revolucionario.

Y elegir ser conscientes no nos hace frágiles:nos hace más humanos.


El perdón no repara todo


Está bien pedir perdón. Pero no podemos usar el perdón como excusa para no pensar en las consecuencias de nuestros actos.

Cuando pedimos perdón después de herir, ya entramos con desventaja: el daño ya se sentó a la mesa, ya dejó marca, ya abrió grietas en la confianza.


La prevención emocional es la verdadera revolución:

  • Pensar antes de hablar.
  • Cuidar antes de tener que disculparse.
  • Ser conscientes de que el amor, sin atención, puede herir igual.


La próxima vez que alguien te diga:

“Perdoname, fue sin querer”,

podés preguntarte —y preguntarle— con toda la calma del mundo:


¿Fue sin querer… o fue sin quererme?

Porque cuando alguien te quiere de verdad, te piensa.

Te cuida antes, no solo después.

Se esfuerza por no ser descuido.

No porque sea infalible, sino porque te elige también en los detalles.

Porque querer bien no es solo sentir.

Es hacerse cargo.


Con amor no alcanza.


Hace falta responsabilidad emocional.

Hace falta presencia.

Hace falta cuidado consciente.

Y en La Oveja Rosa, creemos que cuidar de otros no es debilidad.

Es la forma más rebelde de ser humanos.


Fuentes:


Martin, Choi, et al. (2018). Intent Matters but Impact Matters More: How Perceptions of Harm Depend on the Perpetrator’s Mental State. Psychological Science.

YouGov Global Relationships Report (2023). Encuesta internacional sobre relaciones personales y responsabilidad emocional.




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