
¿Y si el problema nunca fue tu cuerpo, sino la forma en
que te enseñaron a verlo?
1. El cuerpo como campo de batalla
No recuerdo la primera vez que sentí que mi cuerpo "estaba mal". Pero sí recuerdo todas las veces que me lo confirmaron. En el consultorio médico. En la escuela. En una tienda de ropa. En una cita romántica. No por quién era, sino por cómo se veía mi cuerpo. Porque eso, para muchas personas, ha sido siempre más importante que quién soy.
Ser gorda no es solo una cuestión de tallas o de peso. Es un campo de batalla simbólico, emocional, médico, cultural. La gordofobia no es una opinión. Es un sistema. Y duele. En la carne. En la mirada. En la historia clínica. En el placer. En el espejo. En el deseo.
2. Cuando mi cuerpo dejó de ser mío
Podría contar muchas anécdotas médicas. No me alcanzan los dedos de las manos para enumerar las veces que un profesional de la salud decidió que mi peso era más importante que mis síntomas.
Lo triste, es que esto no es sólo mi “mala suerte” ¡Ojalá fuera así! Es una realidad para muchas más personas. Para que nos vayamos haciendo una idea más clarita, te cuento que un estudio publicado en el Journal of Health Psychology en el 2017, encontró que más del 50% de las personas con cuerpos gordos reportan haber sido mal diagnosticadas o no haber recibido tratamiento adecuado debido a su peso. Este sesgo impacta no solo la calidad del diagnóstico, sino también el seguimiento médico, la confianza en los profesionales y la disposición a buscar ayuda.
Por lo tanto, para muchísimas personas que vivimos en un cuerpo gordo (mientras más gordo, peor será la discriminación) entrar a un consultorio ya es anticipar una sentencia: "tienes que bajar de peso". En el estudio The Stigma of Obesity: A Review and Update (Puhl & Heuer, 2012) de la Universidad de Connecticut, más del 70% de los médicos reconocen haber enfocado sus consultas principalmente en el peso corporal, incluso cuando los síntomas del paciente no guardaban relación directa con él. Esta práctica reduce la precisión diagnóstica y deteriora la relación médico-paciente. Puesto en palabras simples: llegas por una alergia, una infección o un dolor de muelas y el tratamiento es el mismo a bajar de peso, aunque -claramente- nada tenga que ver con el motivo de consulta.
Recuerdo la vez que estaba buscando neurocirujano para operarme de la columna, porque el disco de mi vértebra L5S1 había digamos “explotado” y estaba pellizcando el nervio. Fui con 10 neurocirujanos distintos, 9 de 10 me dijeron lo mismo y sin siquiera ver mis estudios, simplemente con ver mi cuerpo: "es por el sobrepeso”, “si te hubiera cuidado, esta sería otra historia”. No hubo radiografía, ni exploración, ni preguntas. El último (con quien me operé) no mencionó mi peso, me hizo estudios, me revisó, me hizo mil preguntas acerca de mi dolor, me explico toda la rehabilitación que tendría que hacer después de la operación y me dijo: “Vas a estar bien, te vamos a cuidar (él y su equipo) y saldrás de esta”. Yo tuve la fuerza y la posibilidad económica, entre otras, para pedir todas las opiniones que fueran necesarias, pero mucha gente no se lo puede permitir ni emocional ni financieramente. ¿Qué pasa con ellas? ¿Te imaginas el final de su anécdota? Seguramente sería diferente a la mía.
Y sí, hay más. Las mil veces que me han ofrecido coaching, ejercicios, suplementos o una cirugía bariátrica sin yo haber solicitado nada de lo anterior, como si fuera la salida obligada para una mujer como yo, para un cuerpo como el mío. Como si no hubiera nada más que decir de mi salud.
3. Lo que se dice (y lo que no) sobre los cuerpos
La gordofobia no vive solo en los consultorios del sistema de salud, claramente. Está en los silencios de la ropa que no hay en mi talla. En la sorpresa de quienes me ven bailando, disfrutando, saliendo en la tele hablando de sexualidad. En los familiares que "lo dicen por mi bien". En las miradas que me atraviesan cuando me atrevo a usar un vestido ajustado.
Está en esa idea absurda de que ser gorda y feliz es una contradicción. Que si tengo una pareja, es porque "debo ser re linda" o “re interesante”. Que si tengo éxito profesional, es a pesar de mi cuerpo.
4. Habitarse sin permiso
No ha sido fácil reconciliarme con mi cuerpo. Hay días que aún duele. Hay voces internas que siguen repitiendo lo que escuché tantos años: "no te lo mereces", "así no vas a gustar", "nadie te va a dar un programa".
Pero también hay una fuerza que me sostiene. Una voz que aprendí a construir con mucho trabajo, con terapia, con información, con autocompasión, con placer. Una voz que me dice: "¿Y si el problema no fuera tu cuerpo? ¿Si el problema fuera el paradigma? ¿Y si el problema, en realidad está afuera?”
Como sexóloga, sé cuánto nos cuesta, sobre todo a las mujeres, desear y sentirnos deseables en cuerpos no normativos. Nos han hecho creer que hay que merecer el placer. Que hay que ganárselo con dieta, con esfuerzo, con sufrimiento. Y no. El placer es un derecho.
5. Mi cuerpo no es un(mi) enemigo
Hoy ya no vivo en guerra con mi cuerpo. No quiero vencerlo, ni corregirlo, ni negociarlo. Quiero habitarlo. Busco cuidarlo sin condiciones. Busco -en la medida de mis posibilidades- médicos que me vean más allá del número en la báscula. Vivo una sexualidad donde no tengo que contraer el abdomen para sentirme digna y deseosa.
La gordofobia nos atraviesa a todas, incluso cuando creemos que no. Porque hemos aprendido a temerle al cuerpo libre, al cuerpo goce, al cuerpo que ocupa espacio.
Si este texto hace ruido, o mueve algo en ti, quédate con eso. Quizás sea el primer paso para mirar distinto. Si te sientes identificada, no estás sola. Te abrazo.
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