No soy tu versión. No me resumas

Calladita NO TE VES más bonita: desmontando el doble estándar

No soy tu juicio rápido. Soy mi historia completa.

Hay frases que se clavan como cuchillos:


— “¿Otra vez soltera?”

— “¿No será mucho?”

— “¿Y si fracasas?”

— “¿No te da vergüenza?”

— “¿Por qué no te callás un poco?”


Frases que no son simples comentarios, sino juicios disfrazados de preocupación. Y lo más preocupante es que, en su mayoría, están dirigidas a mujeres. Porque en esta sociedad, las decisiones, cuerpos y emociones femeninas son terreno público, mientras que las masculinas gozan de una privacidad casi sagrada.



Datos que hablan por sí solos


Tiempo dedicado a la imagen corporal: Según un estudio del colectivo feminista La Rebelión del Cuerpo, las mujeres dedican en promedio 3,6 horas al día pensando en su cuerpo, mientras que los hombres solo 1,8 horas. (La Tercera+1)


Autoimagen y autoestima: Solo el 13 % de las mujeres se sienten a gusto con su cuerpo, y el 69 % ha hecho dieta o se ha sometido a tratamientos para cambiar su físico. (Glamour España)


Comentarios sobre la apariencia: El 86 % de las mujeres ha dejado de hacer actividades debido a cómo se siente con su físico, y en promedio, pasan cerca de 3 horas pensando en su cuerpo. (La Tercera+1)


Estos datos reflejan una realidad: las mujeres viven bajo una lupa constante, donde cada decisión o aspecto físico es motivo de opinión pública.


Voces que denuncian el sesgo


Caroline Criado Pérez, en su libro La mujer invisible, expone cómo los datos y sistemas están diseñados con un sesgo masculino, dejando a las mujeres en desventaja en múltiples aspectos de la vida cotidiana.


Simone de Beauvoir, en
El segundo sexo, afirma que “no se nace mujer, se llega a serlo”, destacando cómo la sociedad moldea la identidad femenina a través de roles y expectativas impuestas.

Graciela Hierro, filósofa mexicana, en Ética y feminismo, analiza cómo las mujeres son consideradas “seres para otros”, enfrentando una doble moral que perpetúa su subordinación.


El doble estándar en acción


Mientras que un hombre con canas es considerado “interesante” o “sabio”, una mujer con canas es vista como “descuidada".


Un hombre soltero es “codiciado”; una mujer soltera es “solterona”.

Un hombre que expresa su opinión es “asertivo”; una mujer es “mandona” o “intensa”.


Este doble estándar no solo es injusto, sino que limita la libertad y el bienestar de las mujeres, imponiéndoles cargas emocionales y sociales adicionales.


Reivindicar la voz propia


Es momento de cuestionar y rechazar estos juicios impuestos. De hablar desde nuestra verdad y no desde la herida. De no aceptar que alguien nos resuma cuando apenas nos ha leído por encima. (Cadena SER)


Porque nuestro proceso no es para ser evaluado, sino para ser habitado, honrado y vivido.

Y si te quieren encasillar, devolvé la caja.


Lo que decís… construye.

Y lo que te dijeron, también.


Las palabras no se las lleva el viento.

Se quedan.

Se clavan.

Se convierten en paredes, techos… y, a veces, en jaulas.


"Callate", "no es para tanto", "eso no se dice", "así no vas a llegar lejos", "vos sos así"…

Parecen frases sueltas, pero son los cimientos de muchas de nuestras creencias.

Y lo que creemos, determina lo que vemos posible.



Las creencias no nacen, se aprenden


Nadie viene al mundo pensando que no puede.

Nos enseñan eso.

Nos lo repiten, hasta que lo creemos.


Y cuando una creencia se instala, ya no hace falta que nos limiten desde afuera: nos limitamos solas.


Creencias sobre el amor, el éxito, el cuerpo, el valor propio.

Sobre lo que una mujer “debería ser”.

Sobre cómo deberíamos hablar, vestir, actuar, desear.


Pero ¿Qué pasa si empezamos a cuestionarlas?

¿Qué pasa si dejamos de repetir lo que nos dijeron y empezamos a narrarnos desde otro lugar?


Porque lo que decimos sobre nosotras, lo terminamos creyendo.

Y lo que creemos, se convierte en lo que creamos.



Palabra mata creencia


Cada vez que respondés con tu voz verdadera —aunque tiemble— estás rompiendo una herencia.


Cada vez que decís “esto no me define”, estás abriendo espacio para algo nuevo.

Cada vez que elegís qué contar, cómo contarlo y desde dónde… estás reconstruyendo tu historia.


Hablar no es solo expresarse.

Es reclamarse.

Es reescribirse.


Y sí: a veces cuesta. A veces da miedo.

Porque cuando empezás a nombrarte con libertad, ya no encajás tan fácil en lo que esperaban de vos.


Pero ¿sabés qué?

Encajar nunca valió tanto como ser vos.


Hablar es ponerle pausa al daño heredado.

Es cortar la cadena que lastima sin saber.

Es no dejar que esos comentarios pasen como si nada, como si fueran inocentes… cuando están cargados de juicio, de presión, de invisibilización.


Es saber que contestar también es un acto de amor.

Amor por una misma.

Amor por las que vienen.

Amor incluso por quien lo dijo, que tal vez no tuvo la oportunidad de pensar en lo que decía hasta ahora.



Hablar es alfabetizar


¡Sí, alfabetizar!

Porque estamos enseñando algo nuevo cada vez que marcamos un límite.


Cada vez que respondemos con claridad, con respeto y con verdad.

Cada vez que explicamos por qué eso no se dice más.

O por qué ya no queremos ser receptoras de un daño envuelto en buena onda.


No para atacar.

Sino para que no se siga expandiendo.

Para que no duela en otras. En las más chicas. En las que aún no saben cómo defenderse.



Callarse no es neutral


Es dejar que eso siga pasando.

Y nosotras ya no estamos para hacer silencio diplomático.


Estamos para hablar desde lo que sentimos.

Para usar nuestra voz como freno.

Como espejo.

Como herramienta de cambio.


Porque cada vez que respondemos, estamos diciendo:

“Acá no.”

“Conmigo no.”

“Esto ya no pasa más.”


Y ahí, en esa micro-acción, empieza la revolución.



A preguntas que duelen, respuestas que despiertan:


— ¿Otra vez soltera?

— Sí. Cada vez más sola y menos mal acompañada.


— ¿Siempre tan directa?

— No. A veces más.


— ¿No creés que ya estás grande para eso?

— Estoy grande, sí. Y también libre.

— ¿Quién te creés que sos?

— Yo. Y eso ya es bastante.


— ¿Y no vas a bajar de peso?

— No. Voy a subir la autoestima. ¿Vos querés empezar?


— ¿No será mucho?

— Para vos, sí.


— ¿Tan segura estás?

— No siempre. Pero igual lo hago. Eso es lo que me hace fuerte.


— ¿Por qué no te callás un poco?

— Porque callarme nunca me funcionó.


— ¿Y si fracasás?

— ¿Y si vuelo?


Algunas respuestas que quizás necesitabas leer hoy:


— “Pensás demasiado.”

— Sí. Por eso no me trago cualquier cosa que decís con seguridad.


— “Así no vas a llegar lejos.”

— Pero me voy a quedar cerca de mí.


— “Sos muy cambiante.”

— Sí. Porque estoy viva, no programada.


— “Te ves más rellenita.”

— Sí. Me estoy completando.


— “Con ese cuerpo, yo no me pondría eso.”

— Y por suerte, no sos yo.


— “Sos muy linda de cara.”

— Y de límites también. ¿Querés probar?


— “Tenés más cadera que antes.”

— Sí, más cadera, más historia, más sabor. ¿Seguimos?


— “Te ves más canosa.”

— Sí. Me está brotando la sabiduría.



En resumen:


Las palabras crean realidades.

Las creencias moldean tus posibilidades.

 Y vos podés elegir qué frases dejás entrar y cuáles devolvés con moño.


No sos lo que te dijeron.

No sos lo que repitieron.

Sos lo que decidís creer de ahora en adelante.


Y si tu voz incomoda, quizás es porque está despertando algo.

Y eso, querida, es poder del bueno.


Somos historia completa.

Con capítulos torpes, escenas brillantes y párrafos que todavía se están escribiendo.


Este ritual nace para algo simple pero inmenso:

Que no te calles más.

Que no te tragues lo que duele.

Que no te vayas con el nudo en la garganta cuando podrías irte con la frente en alto.


No para gritar. No para herir.

Sino para hablar desde tu verdad y no desde la herida.

Para que respondas con claridad, no con culpa.

Para que no aceptes que te resuman… cuando apenas te han leído por encima.


Tu proceso no es para ser evaluado.

Es para ser habitado, honrado, vivido.


Y si te quieren encasillar… devolvé la caja.

Con fuerza. Con amor. Con dignidad.

Contestar también es cuidar.


No todo el que lastima lo hace desde la maldad.

A veces, lo hace desde la costumbre.

Desde la ignorancia.

Desde una historia que nunca se cuestionó.

Desde un sistema que le enseñó a repetir sin pensar.


Y sí… muchas veces esas frases que nos tiran con una sonrisa vienen desde ahí:

Desde lo aprendido.

Desde lo que se dijo siempre.

Desde lo que parece “normal” porque se repite tanto, que ya nadie se detiene a ver el daño que causa.


Pero que no lo hagan con mala intención no significa que no duela.

Y que no lo sepan, no significa que no haya que decirlo.


Porque si no lo señalamos nosotras, ¿quién lo va a hacer?

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Cuando somos niñas, vivimos “primeras veces” constantemente: aprendemos a caminar, a hablar, a andar en bicicleta, a colorear fuera de la línea, a preguntar sin miedo. Cada semana trae una nueva lista de descubrimientos. Vivir es explorar. Al crecer, algo cambia: nos volvemos cautas, cómodas. El miedo al ridículo, al error o a “no hacerlo bien” nos paraliza. Sin darnos cuenta, pasan meses -o años- sin que hagamos algo por primera vez. ¿Por qué dejamos de atrevernos? ¿Por qué creemos que solo se crece cumpliendo años, y no intentando? Este blog no solo cuestiona: es una invitación a moverte desde el deseo, no desde la experiencia; a hacer espacio para lo nuevo; a recordar que todo lo que hoy dominás alguna vez te dio miedo. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez? No me refiero a lo que ya hacés con soltura, sino a lo que llevaste a cabo con las manos temblorosas, la voz insegura, el ego pidiéndote que no te expusieras. Empezar no es sinónimo de ignorancia, sino de valentía: de bajar el volumen del ego y subir el de la vida. Hacer algo nuevo te coloca en modo aprendiz: te incomoda, sí, pero también te despierta. Te obliga a escuchar, a mirar con ojos renovados, a pedir ayuda sin culpa. Te devuelve a ese sitio que el mundo adulto suele robarnos: el derecho a intentar. Nos educaron para tener respuestas antes de preguntar, para “hacerlo bien” a la primera. Pero en la vida real se prueba, se fracasa, se vuelve a intentar. Y en ese proceso aparecen cosas hermosas: Se rompe la rutina. Se activan rutas nuevas en la mente y en el corazón. Nos reconectamos con el presente. Recordamos que estar vivas implica equivocarnos sin culpa. Ser principiante también es ser valiente. Hay que tener coraje para decir otra vez: “No sé, pero quiero aprender”. ¿Cuándo fue la última vez que te permitiste tropezar con algo nuevo sin sentirte menos por eso? Este es tu recordatorio, Oveja: no sos menos por empezar de cero; sos más por animarte a crecer. Si necesitás una excusa para dar el primer paso, aquí van algunas ideas: Probar un plato diferente. Pedir ayuda sin miedo. Ir sola a ese lugar que siempre postergaste. Empezar una conversación difícil. Tomar una clase de algo que no dominás. O simplemente decir: “Nunca lo hice, pero quiero intentarlo”. Y si buscás un mantra, que sea este: “Nadie nace sabiendo, pero todas podemos renacer animándonos.” ¡Ahora es tu turno! Pásate por nuestro Instagram @soy_la_oveja_rosa y cuéntanos en los comentarios: ¿Qué hiciste por primera vez últimamente? ¿Qué nueva experiencia te animarías a probar antes de que termine el año? ¡Nos encanta leerte y celebrar cada primer paso contigo!
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En los músculos. En el ánimo. Y en la dignidad… que a veces queda tirada al lado de la bici de spinning. Este artículo es para vos, que alguna vez te sentiste de sobra en un gimnasio lleno de espejos, que fuiste mirada de reojo por sudar “demasiado”, que te bajaste de la elíptica como quien baja de un barco después de cuarenta días. Para las que salieron de la clase de natación sin piernas, porque adentro el cuerpo flota… pero afuera pesa como tus dudas existenciales. Para las que probaron ballet creyéndose zarigüeyas místicas, pero el espejo devolvía un pequeño elefante confundido. Para las que entraron al kung‑fu con la energía de una heroína, y salieron como Po en Kung Fu Panda … pero sin la sabiduría y con una contractura. Para las que, antes de colgarse de las barras paralelas, evaluaron con seriedad si esa estructura era anticolapso. Para las que sobrevivieron a una clase de spinning… pero no sobrevivieron al asiento. Ese dolor no está tipificado, pero debería tener obra social. Para las que intentaron yoga con la esperanza de encontrar paz interior, y solo encontraron calambres y un pedo involuntario en la postura del niño. Para las que fueron a boxeo y pensaron que era solo pegarle a la bolsa, pero terminaron rogando que alguien las reviva con sales en la cuarta ronda de burpees. Para las que fueron a escalar y descubrieron que la única pared que trepan con éxito… es la de las excusas para no volver. Para las que se metieron a una clase de ritmos latinos creyendo que era Zumba, y salieron con una crisis de identidad y la cadera dislocada. Para las que se unieron a un partido recreativo de básquetbol y terminaron rogando un tanque de oxígeno, mientras el resto parecía recién salido de Space Jam . Para las que corrieron solo “dos cuadritas” y luego necesitaron un Uber para el alma. Este es un espacio para decir: “Yo también sentí que ese lugar no era para mí.” Pero igual me moví. Igual fui. Igual sigo. Dejá tu experiencia en @soy_la_oveja_rosa. Compartí tu anécdota, tu blooper, tu logro pequeño o tu gran fracaso con final feliz. Porque mover el cuerpo es también mover la vergüenza, mover la culpa, mover la historia.  Y eso… eso sí se nota. Aunque no haya abdominales a la vista.
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Desear cuando lo primero que sentís es vergüenza no es fácil. Desear cuando tu primer impulso es esconderte se vuelve casi un imposible. Y no, no es tu culpa. No es tu falta de autoestima. No es que no sepas “disfrutar”. Las investigaciones son claras: Una mala imagen corporal está directamente relacionada con menos deseo sexual, menor disfrute y mayores dificultades para alcanzar el orgasmo (Journal of Sex Research, 2017; Cash & Smolak, 2011). ¿Cuánto podés entregarte al placer si tu mente está ocupada pensando si tu panza se nota, si tu celulitis es visible o si tu cicatriz “arruina” el momento? ¿Cómo vas a disfrutar si, antes de sentir deseo, aprendiste a sentir vergüenza? No nos entrenaron para sentir. Nos entrenaron para corregirnos. Nos entrenaron para esconder cada pliegue, cada marca, cada imperfección que no encaja en la vitrina de lo aceptable. El problema nunca fue tu cuerpo El problema fue, y sigue siendo, la mirada que te enseñaron a tener sobre tu cuerpo. Una mirada que no observa: juzga. Que no acompaña: exige. Que no abraza: mutila. Reconciliarte con tu cuerpo no es opcional si querés reconciliarte con tu placer. No porque tengas que amarlo siempre. No porque sea perfecto. Sino porque mereces sentirte en casa adentro de tu piel. Salir del clóset de tu cuerpo: un grito de libertad Así como salir del clóset para las personas LGBTQ+ implica romper el silencio, desafiar el mandato del ocultamiento y vivir con autenticidad, salir del clóset de tu cuerpo: Es declarar que tu existencia no tiene que ser escondida para merecer ser celebrada. Es dejar de pedir permiso para ser vista. Es dejar de editarte para existir. Es dejar de pensar que tenés que ser «otra versión de vos» para ser deseable, válida o digna de placer. Salir del clóset de tu cuerpo es rebelarte contra la vergüenza que te enseñaron. Es elegir sentir antes que esconderte. Es recuperar el deseo que siempre te perteneció, antes de que el miedo se lo robara. ¿Por qué es urgente hablar de esto? Un estudio reciente del Journal of Health Psychology (2021) encontró que más del 70 % de las mujeres experimentan preocupaciones sobre su apariencia durante el sexo, afectando directamente su capacidad de excitarse y alcanzar el orgasmo (Journal of Health Psychology, 2021). La revolución no empieza cuando bajás una talla. No empieza cuando eliminás tus estrías, tu celulitis o tu cicatriz. La revolución empieza en cómo decidís habitarte. En cómo te animás a mirarte sin odio. En cómo te negás a seguir pidiendo disculpas por ocupar espacio. Recuerda: No necesitás corregirte para ser digna de placer. No necesitás encajar para ser deseada. No necesitás esconderte para ser amada. Tu cuerpo no es el problema. Tu vergüenza no es tu esencia. Tu libertad empieza cuando dejás de pedir permiso para habitarte. Salir del clóset de tu cuerpo es un acto de amor propio. Y también de rebelión. Y también de resistencia. Porque vivir en voz alta, en cuerpo completo, es el primer grito de libertad que el mundo necesita escuchar. Fuentes: • Journal of Sex Research (2017). Body Image and Sexual Functioning. • Cash, T. F., & Smolak, L. (2011). Body Image: A Handbook of Science, Practice, and Prevention. • Journal of Health Psychology (2021). Impact of body image on sexual health outcomes.
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