No soy tu versión. No me resumas

Calladita NO TE VES más bonita: desmontando el doble estándar

No soy tu juicio rápido. Soy mi historia completa.

Hay frases que se clavan como cuchillos:


— “¿Otra vez soltera?”

— “¿No será mucho?”

— “¿Y si fracasas?”

— “¿No te da vergüenza?”

— “¿Por qué no te callás un poco?”


Frases que no son simples comentarios, sino juicios disfrazados de preocupación. Y lo más preocupante es que, en su mayoría, están dirigidas a mujeres. Porque en esta sociedad, las decisiones, cuerpos y emociones femeninas son terreno público, mientras que las masculinas gozan de una privacidad casi sagrada.



Datos que hablan por sí solos


Tiempo dedicado a la imagen corporal: Según un estudio del colectivo feminista La Rebelión del Cuerpo, las mujeres dedican en promedio 3,6 horas al día pensando en su cuerpo, mientras que los hombres solo 1,8 horas. (La Tercera+1)


Autoimagen y autoestima: Solo el 13 % de las mujeres se sienten a gusto con su cuerpo, y el 69 % ha hecho dieta o se ha sometido a tratamientos para cambiar su físico. (Glamour España)


Comentarios sobre la apariencia: El 86 % de las mujeres ha dejado de hacer actividades debido a cómo se siente con su físico, y en promedio, pasan cerca de 3 horas pensando en su cuerpo. (La Tercera+1)


Estos datos reflejan una realidad: las mujeres viven bajo una lupa constante, donde cada decisión o aspecto físico es motivo de opinión pública.


Voces que denuncian el sesgo


Caroline Criado Pérez, en su libro La mujer invisible, expone cómo los datos y sistemas están diseñados con un sesgo masculino, dejando a las mujeres en desventaja en múltiples aspectos de la vida cotidiana.


Simone de Beauvoir, en
El segundo sexo, afirma que “no se nace mujer, se llega a serlo”, destacando cómo la sociedad moldea la identidad femenina a través de roles y expectativas impuestas.

Graciela Hierro, filósofa mexicana, en Ética y feminismo, analiza cómo las mujeres son consideradas “seres para otros”, enfrentando una doble moral que perpetúa su subordinación.


El doble estándar en acción


Mientras que un hombre con canas es considerado “interesante” o “sabio”, una mujer con canas es vista como “descuidada".


Un hombre soltero es “codiciado”; una mujer soltera es “solterona”.

Un hombre que expresa su opinión es “asertivo”; una mujer es “mandona” o “intensa”.


Este doble estándar no solo es injusto, sino que limita la libertad y el bienestar de las mujeres, imponiéndoles cargas emocionales y sociales adicionales.


Reivindicar la voz propia


Es momento de cuestionar y rechazar estos juicios impuestos. De hablar desde nuestra verdad y no desde la herida. De no aceptar que alguien nos resuma cuando apenas nos ha leído por encima. (Cadena SER)


Porque nuestro proceso no es para ser evaluado, sino para ser habitado, honrado y vivido.

Y si te quieren encasillar, devolvé la caja.


Lo que decís… construye.

Y lo que te dijeron, también.


Las palabras no se las lleva el viento.

Se quedan.

Se clavan.

Se convierten en paredes, techos… y, a veces, en jaulas.


"Callate", "no es para tanto", "eso no se dice", "así no vas a llegar lejos", "vos sos así"…

Parecen frases sueltas, pero son los cimientos de muchas de nuestras creencias.

Y lo que creemos, determina lo que vemos posible.



Las creencias no nacen, se aprenden


Nadie viene al mundo pensando que no puede.

Nos enseñan eso.

Nos lo repiten, hasta que lo creemos.


Y cuando una creencia se instala, ya no hace falta que nos limiten desde afuera: nos limitamos solas.


Creencias sobre el amor, el éxito, el cuerpo, el valor propio.

Sobre lo que una mujer “debería ser”.

Sobre cómo deberíamos hablar, vestir, actuar, desear.


Pero ¿Qué pasa si empezamos a cuestionarlas?

¿Qué pasa si dejamos de repetir lo que nos dijeron y empezamos a narrarnos desde otro lugar?


Porque lo que decimos sobre nosotras, lo terminamos creyendo.

Y lo que creemos, se convierte en lo que creamos.



Palabra mata creencia


Cada vez que respondés con tu voz verdadera —aunque tiemble— estás rompiendo una herencia.


Cada vez que decís “esto no me define”, estás abriendo espacio para algo nuevo.

Cada vez que elegís qué contar, cómo contarlo y desde dónde… estás reconstruyendo tu historia.


Hablar no es solo expresarse.

Es reclamarse.

Es reescribirse.


Y sí: a veces cuesta. A veces da miedo.

Porque cuando empezás a nombrarte con libertad, ya no encajás tan fácil en lo que esperaban de vos.


Pero ¿sabés qué?

Encajar nunca valió tanto como ser vos.


Hablar es ponerle pausa al daño heredado.

Es cortar la cadena que lastima sin saber.

Es no dejar que esos comentarios pasen como si nada, como si fueran inocentes… cuando están cargados de juicio, de presión, de invisibilización.


Es saber que contestar también es un acto de amor.

Amor por una misma.

Amor por las que vienen.

Amor incluso por quien lo dijo, que tal vez no tuvo la oportunidad de pensar en lo que decía hasta ahora.



Hablar es alfabetizar


¡Sí, alfabetizar!

Porque estamos enseñando algo nuevo cada vez que marcamos un límite.


Cada vez que respondemos con claridad, con respeto y con verdad.

Cada vez que explicamos por qué eso no se dice más.

O por qué ya no queremos ser receptoras de un daño envuelto en buena onda.


No para atacar.

Sino para que no se siga expandiendo.

Para que no duela en otras. En las más chicas. En las que aún no saben cómo defenderse.



Callarse no es neutral


Es dejar que eso siga pasando.

Y nosotras ya no estamos para hacer silencio diplomático.


Estamos para hablar desde lo que sentimos.

Para usar nuestra voz como freno.

Como espejo.

Como herramienta de cambio.


Porque cada vez que respondemos, estamos diciendo:

“Acá no.”

“Conmigo no.”

“Esto ya no pasa más.”


Y ahí, en esa micro-acción, empieza la revolución.



A preguntas que duelen, respuestas que despiertan:


— ¿Otra vez soltera?

— Sí. Cada vez más sola y menos mal acompañada.


— ¿Siempre tan directa?

— No. A veces más.


— ¿No creés que ya estás grande para eso?

— Estoy grande, sí. Y también libre.

— ¿Quién te creés que sos?

— Yo. Y eso ya es bastante.


— ¿Y no vas a bajar de peso?

— No. Voy a subir la autoestima. ¿Vos querés empezar?


— ¿No será mucho?

— Para vos, sí.


— ¿Tan segura estás?

— No siempre. Pero igual lo hago. Eso es lo que me hace fuerte.


— ¿Por qué no te callás un poco?

— Porque callarme nunca me funcionó.


— ¿Y si fracasás?

— ¿Y si vuelo?


Algunas respuestas que quizás necesitabas leer hoy:


— “Pensás demasiado.”

— Sí. Por eso no me trago cualquier cosa que decís con seguridad.


— “Así no vas a llegar lejos.”

— Pero me voy a quedar cerca de mí.


— “Sos muy cambiante.”

— Sí. Porque estoy viva, no programada.


— “Te ves más rellenita.”

— Sí. Me estoy completando.


— “Con ese cuerpo, yo no me pondría eso.”

— Y por suerte, no sos yo.


— “Sos muy linda de cara.”

— Y de límites también. ¿Querés probar?


— “Tenés más cadera que antes.”

— Sí, más cadera, más historia, más sabor. ¿Seguimos?


— “Te ves más canosa.”

— Sí. Me está brotando la sabiduría.



En resumen:


Las palabras crean realidades.

Las creencias moldean tus posibilidades.

 Y vos podés elegir qué frases dejás entrar y cuáles devolvés con moño.


No sos lo que te dijeron.

No sos lo que repitieron.

Sos lo que decidís creer de ahora en adelante.


Y si tu voz incomoda, quizás es porque está despertando algo.

Y eso, querida, es poder del bueno.


Somos historia completa.

Con capítulos torpes, escenas brillantes y párrafos que todavía se están escribiendo.


Este ritual nace para algo simple pero inmenso:

Que no te calles más.

Que no te tragues lo que duele.

Que no te vayas con el nudo en la garganta cuando podrías irte con la frente en alto.


No para gritar. No para herir.

Sino para hablar desde tu verdad y no desde la herida.

Para que respondas con claridad, no con culpa.

Para que no aceptes que te resuman… cuando apenas te han leído por encima.


Tu proceso no es para ser evaluado.

Es para ser habitado, honrado, vivido.


Y si te quieren encasillar… devolvé la caja.

Con fuerza. Con amor. Con dignidad.

Contestar también es cuidar.


No todo el que lastima lo hace desde la maldad.

A veces, lo hace desde la costumbre.

Desde la ignorancia.

Desde una historia que nunca se cuestionó.

Desde un sistema que le enseñó a repetir sin pensar.


Y sí… muchas veces esas frases que nos tiran con una sonrisa vienen desde ahí:

Desde lo aprendido.

Desde lo que se dijo siempre.

Desde lo que parece “normal” porque se repite tanto, que ya nadie se detiene a ver el daño que causa.


Pero que no lo hagan con mala intención no significa que no duela.

Y que no lo sepan, no significa que no haya que decirlo.


Porque si no lo señalamos nosotras, ¿quién lo va a hacer?

Más de mi inspiración

May 9, 2025
En los músculos. En el ánimo. Y en la dignidad… que a veces queda tirada al lado de la bici de spinning. Este artículo es para vos, que alguna vez te sentiste de sobra en un gimnasio lleno de espejos, que fuiste mirada de reojo por sudar “demasiado”, que te bajaste de la elíptica como quien baja de un barco después de cuarenta días. Para las que salieron de la clase de natación sin piernas, porque adentro el cuerpo flota… pero afuera pesa como tus dudas existenciales. Para las que probaron ballet creyéndose zarigüeyas místicas, pero el espejo devolvía un pequeño elefante confundido. Para las que entraron al kung‑fu con la energía de una heroína, y salieron como Po en Kung Fu Panda … pero sin la sabiduría y con una contractura. Para las que, antes de colgarse de las barras paralelas, evaluaron con seriedad si esa estructura era anticolapso. Para las que sobrevivieron a una clase de spinning… pero no sobrevivieron al asiento. Ese dolor no está tipificado, pero debería tener obra social. Para las que intentaron yoga con la esperanza de encontrar paz interior, y solo encontraron calambres y un pedo involuntario en la postura del niño. Para las que fueron a boxeo y pensaron que era solo pegarle a la bolsa, pero terminaron rogando que alguien las reviva con sales en la cuarta ronda de burpees. Para las que fueron a escalar y descubrieron que la única pared que trepan con éxito… es la de las excusas para no volver. Para las que se metieron a una clase de ritmos latinos creyendo que era Zumba, y salieron con una crisis de identidad y la cadera dislocada. Para las que se unieron a un partido recreativo de básquetbol y terminaron rogando un tanque de oxígeno, mientras el resto parecía recién salido de Space Jam . Para las que corrieron solo “dos cuadritas” y luego necesitaron un Uber para el alma. Este es un espacio para decir: “Yo también sentí que ese lugar no era para mí.” Pero igual me moví. Igual fui. Igual sigo. Dejá tu experiencia en @soy_la_oveja_rosa. Compartí tu anécdota, tu blooper, tu logro pequeño o tu gran fracaso con final feliz. Porque mover el cuerpo es también mover la vergüenza, mover la culpa, mover la historia.  Y eso… eso sí se nota. Aunque no haya abdominales a la vista.
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Desear cuando lo primero que sentís es vergüenza no es fácil. Desear cuando tu primer impulso es esconderte se vuelve casi un imposible. Y no, no es tu culpa. No es tu falta de autoestima. No es que no sepas “disfrutar”. Las investigaciones son claras: Una mala imagen corporal está directamente relacionada con menos deseo sexual, menor disfrute y mayores dificultades para alcanzar el orgasmo (Journal of Sex Research, 2017; Cash & Smolak, 2011). ¿Cuánto podés entregarte al placer si tu mente está ocupada pensando si tu panza se nota, si tu celulitis es visible o si tu cicatriz “arruina” el momento? ¿Cómo vas a disfrutar si, antes de sentir deseo, aprendiste a sentir vergüenza? No nos entrenaron para sentir. Nos entrenaron para corregirnos. Nos entrenaron para esconder cada pliegue, cada marca, cada imperfección que no encaja en la vitrina de lo aceptable. El problema nunca fue tu cuerpo El problema fue, y sigue siendo, la mirada que te enseñaron a tener sobre tu cuerpo. Una mirada que no observa: juzga. Que no acompaña: exige. Que no abraza: mutila. Reconciliarte con tu cuerpo no es opcional si querés reconciliarte con tu placer. No porque tengas que amarlo siempre. No porque sea perfecto. Sino porque mereces sentirte en casa adentro de tu piel. Salir del clóset de tu cuerpo: un grito de libertad Así como salir del clóset para las personas LGBTQ+ implica romper el silencio, desafiar el mandato del ocultamiento y vivir con autenticidad, salir del clóset de tu cuerpo: Es declarar que tu existencia no tiene que ser escondida para merecer ser celebrada. Es dejar de pedir permiso para ser vista. Es dejar de editarte para existir. Es dejar de pensar que tenés que ser «otra versión de vos» para ser deseable, válida o digna de placer. Salir del clóset de tu cuerpo es rebelarte contra la vergüenza que te enseñaron. Es elegir sentir antes que esconderte. Es recuperar el deseo que siempre te perteneció, antes de que el miedo se lo robara. ¿Por qué es urgente hablar de esto? Un estudio reciente del Journal of Health Psychology (2021) encontró que más del 70 % de las mujeres experimentan preocupaciones sobre su apariencia durante el sexo, afectando directamente su capacidad de excitarse y alcanzar el orgasmo (Journal of Health Psychology, 2021). La revolución no empieza cuando bajás una talla. No empieza cuando eliminás tus estrías, tu celulitis o tu cicatriz. La revolución empieza en cómo decidís habitarte. En cómo te animás a mirarte sin odio. En cómo te negás a seguir pidiendo disculpas por ocupar espacio. Recuerda: No necesitás corregirte para ser digna de placer. No necesitás encajar para ser deseada. No necesitás esconderte para ser amada. Tu cuerpo no es el problema. Tu vergüenza no es tu esencia. Tu libertad empieza cuando dejás de pedir permiso para habitarte. Salir del clóset de tu cuerpo es un acto de amor propio. Y también de rebelión. Y también de resistencia. Porque vivir en voz alta, en cuerpo completo, es el primer grito de libertad que el mundo necesita escuchar. Fuentes: • Journal of Sex Research (2017). Body Image and Sexual Functioning. • Cash, T. F., & Smolak, L. (2011). Body Image: A Handbook of Science, Practice, and Prevention. • Journal of Health Psychology (2021). Impact of body image on sexual health outcomes.
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Nadie llega al mundo con ningún título puesto y mucho menos el de “ Oveja Rosa” . No nacimos con etiquetas de valentía ni con manuales de autenticidad debajo del brazo. Nos formamos en el camino: a veces a golpes, a veces con lágrimas, a veces con una fuerza que ni sabíamos que teníamos. Muchas, primero, fuimos ovejas negras: las diferentes, las incómodas, las que no encajaban. Hasta que, un día, en lugar de seguir pidiendo permiso para pertenecer, nos teñimos de rosa y comprendimos que no estábamos equivocadas, sino despertando. Nos convertimos en Oveja Rosa cuando nos cansamos de encajar en moldes que no elegimos; cuando dejamos de callarnos por educación o por miedo; cuando soltamos el disfraz de lo que “deberíamos ser” y nos animamos, por fin, a ser quienes somos. Ser una Oveja Rosa no es una rareza genética: es una decisión, una elección consciente de vivir con autenticidad aunque incomode; de rebelarse con conciencia, sin odio, sin culpa y sin disfraces; de no encajar si el precio es dejar de ser vos; de levantar la voz, pero también de abrir el corazón; de saber que tu diferencia no te aleja, sino que te define. Porque ser una Oveja Rosa es: Rebelarse con conciencia, no desde la reacción. Transformar el estigma en emblema. Ver el paso del tiempo como una elevación, no un declive. Reconocerse en las imperfecciones, no corregirse para gustar. Y nunca, nunca dejar que el privilegio nuble la empatía. Ser una Oveja Rosa es entender que la belleza sin libertad no sirve, que la perfección sin goce no alcanza, y que la buena vida empieza cuando dejás de exigirte y empezás a abrazarte; cuando elegís el espejo no para juzgarte, sino para reconocerte; cuando comprendés que ser fuerte no es aguantarlo todo, sino dejar de aguantarte a vos misma. Oveja Rosa se hace cuando te cansás del piloto automático, cuando te das cuenta de que no querés heredar más mandatos, cuando ya no te alcanzan los “deberías” y empezás a buscar lo que verdaderamente querés. Y, sobre todo, cuando decidís encenderte para encender a otras, porque una Oveja Rosa no ilumina sola: su luz no es exclusiva, ni limitada, ni frágil, sino expansiva. Parte del ADN de una Oveja Rosa es encender otras velas: entendimos que iluminar a otras no apaga la propia llama; al contrario, cuanto más velas se encienden, más claro se ve el camino, más fuerte es la tribu, más poderosa la comunidad y más transformador el mensaje. Ser Oveja Rosa es ser chispa y fuego: es abrir camino, es decir “yo me animo” para que otra diga “yo también puedo”, es ser esa voz que te hubiera gustado escuchar, esa red que te hubiera gustado tener, ese abrazo que te hubiera salvado una vez. Y si todo esto te resuena… entonces ya lo sos; solo te faltaba recordarlo. Bienvenida a tu rebaño. Bienvenida a tu revolución.
April 17, 2025
A los 5 años conocí a Valeria Mellid. Yo recién me mudaba, ella era “local”. Como Romeo y Julieta, pero en versión infancia, nuestra historia empezó en un balcón ella mirando desde arriba, yo abajo, desplegando todos mis dotes artísticos para convencerla de que ser mi amiga iba a ser genial. Y gracias a Dios, al destino o a mis pasos de baile la convencí. Desde entonces, inseparables. Aunque hoy nos separen kilómetros, la conexión sigue intacta. Nos une una historia larga, hermosa, llena de capítulos inolvidables. Pero hoy quiero contar uno solo. Uno que dice mucho más de nosotras… y del mundo que nos tocó. Dos Valerias. Y el sistema encontrando rápidamente cómo distinguirnos: Valeria “la Flaca” y Valeria “la Gorda”. Así, simple. Cruel. Naturalizado. Desde chiquitas. Desde siempre. A veces intentaban suavizarlo con eufemismos como “Valeria 1 y Valeria 2”, o “Valeria la de arriba” y “Valeria la de abajo” (porque yo vivía en el primer piso y ella en planta baja). Pero nosotras sabíamos, como se saben esas cosas sin que nadie las diga, que la forma popular era la que se refería al cuerpo. Casi escribo “natural” . Qué fuerte. Hoy miro esas fotos con mis ojos de ahora y pienso: Ni ella era tan flaca, ni yo era tan gorda. Pero no nos dejaron vernos con nuestros propios ojos. Nos prestaron un lente sucio. Nos lo calzaron sin pedir permiso. Y nos marcaron a fuego. Ella siempre fue más rebelde. Y yo siempre la admiré por eso. Me defendía con la fiereza de su peso por mil. Yo, en cambio, me hacía chiquita. Cuando se metían conmigo me quedaba muda. Me pegaban justo donde dolía. Me neutralizaban. La conocí con cinco años. Esto me lleva a 1982. Han pasado 33 años. ¿Y seguimos sin resolver esto como sociedad? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que les roben a las niñas la libertad de no estar presas de sus apariencias? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que la diferencia entre dos personas se mida por el tamaño de su cuerpo? Los datos no perdonan. En Latinoamérica, los trastornos de la conducta alimentaria afectan cada vez a más personas…pero no a cualquiera: principalmente a niñas, adolescentes y mujeres jóvenes. En México, los casos de anorexia y bulimia han crecido más del 300 % en los últimos diez años. Las estadísticas hablan de chicas entre 12 y 25 años. Y muchas veces no hablamos de vidas afectadas, hablamos de vidas perdidas. Por un espejo que devuelve rechazo. Por una palabra dicha a tiempo, o a destiempo. Por una infancia en la que te nombraron con un adjetivo que se pegó a tu piel. Con Vale hicimos equipo. El mejor. Ganamos carreras a caballito, yo la cargaba y ella miraba desde arriba para decirme por dónde. Le hacía pie de ladrón para que alcanzara lo que soñábamos. Siempre juntas. Siempre histriónicas. Siempre con utopías que nos impulsaban a seguir andando. Bailamos la Macarena en estadios. Lloramos desamores en sillones. Nos acurrucamos con las heridas y también con la risa. Aunque su cuerpo era el frágil, era pura potencia. Y aunque el mío era más robusto, era pura fragilidad. Y lo sabíamos. A veces me tocaba a mí recordarle su vulnerabilidad. A veces le tocaba a ella recordarme mi valentía. Poco a poco me contagió su rebeldía. Y juntas éramos dinamita. ¡Bum! Que no se nos cruzara la injusticia… porque no salía ilesa. Hoy ya no somos chicas. Pero no solo crecimos: maduramos, nos transformamos, nos encendimos. Ella trabaja abrazando a mujeres víctimas de violencia machista. Y yo, bueno… si estás leyendo esto, ya sabés qué ando haciendo. Con nosotras no pudieron. Y escribir esto me hace darme cuenta de lo fuerte que suena esa frase. Porque todos estamos hechos de pedacitos de las personas que elegimos que formen parte de nuestra historia. Y esta es una de mis partes favoritas. Una de las más esenciales. Una de las más rebeldes. Una de las que más me recuerdan que no estoy sola. Hoy, en el marco de Salí del clóset de tu cuerpo , te invito a mirar hacia atrás. A buscar en tu historia quién te defendió, quién te inspiró, quién te ayudó a resistir. Y a reconocer que la lucha contra el odio al cuerpo no se pelea sola. Se camina acompañada. Y si podés, pasá este texto. Pasalo como se pasan los secretos que salvan. Como se pasa una linterna en la oscuridad. Como se pasa el fuego de una vela a otra. Porque mientras más hablemos, más sanamos. Y mientras más nos veamos con nuestros ojos, menos lugar le daremos al sistema para que nos nombre con los suyos.
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Elegí ser una MUJER MARAVILLOSA, no una Mujer Maravilla La "Mujer Maravilla" es un símbolo de fuerza, pero también de la trampa en la que muchas caemos: la exigencia de serlo todo, todo el tiempo, sin descanso y sin quejas. Porque no, no necesitamos ser superhéroes. Necesitamos ser humanas. El velo de igualdad: cuando la apariencia engaña Hoy ser abiertamente machista no está de moda. La sociedad lo señala, lo rechaza, lo desacredita, especialmente en ciertos sectores. Pero esto no significa que la igualdad sea una realidad. Lo que ha cambiado es la narrativa, no necesariamente la estructura. Estamos ante lo que se conoce como "el velo de igualdad", una ilusión de equidad donde las mujeres hemos conseguido derechos, pero seguimos operando bajo un sistema que nos utiliza más de lo que nos emancipa. Los hombres van dejando sus obligaciones tradicionales, pero no por ello están perdiendo su poder. Mientras tanto, nosotras seguimos atrapadas en la trampa de la doble jornada, la sobreexigencia y la carga mental. La carga mental: el trabajo invisible que nos agota La "carga mental" no es un concepto abstracto. Es la razón por la que muchas mujeres no pueden dormir bien, viven con ansiedad o sienten que están siempre en deuda con alguien. Es la suma de todas las decisiones, gestiones y preocupaciones invisibles que asumimos a diario. Datos que lo demuestran: Según un estudio realizado por BBVA en 2021, si se contabilizará el impacto económico de las atenciones familiares, representaría el 53% del PIB. La investigadora María Ángeles Durán calculó que, por cada 100 horas de empleo remunerado, se necesitan 127 horas de trabajo no remunerado para sostener el bienestar, de las cuales el 83% recae en mujeres. En Estados Unidos, un análisis de altos cargos reveló que mientras 2/3 de los hombres casados en posiciones de liderazgo tienen hijos, solo 1/3 de las mujeres casadas en estos mismos puestos los tienen. La pregunta no es conciliación. La pregunta es corresponsabilidad. El mito de la Mujer Maravilla: la trampa del "puedo sola" Nos vendieron la idea de que ser poderosas significa no necesitar a nadie, ser independientes a cualquier costo, cargar con todo y sonreír mientras lo hacemos. Y así nos tragamos la trampa del "puedo sola". La realidad es que el "puedo sola" ya nos trajo demasiados problemas: agotamiento extremo, culpa crónica, burnout disfrazado de productividad, y una sensación constante de insuficiencia. No es que no podamos, es que no deberíamos tener que hacerlo solas. Si queremos que las cosas cambien, necesitamos un nuevo modelo de éxito que no nos deje exhaustas. La mejor decisión no siempre es la más popular. Salir del molde puede significar romper con la narrativa de sacrificio. No busques perfección, busca progreso. Por los sueños se suspira, por las metas se trabaja. La crisis de los cuidados: el gigante escondido A medida que la población envejece, las redes afectivas y familiares se reducen, la crisis de los cuidados se hace insostenible. No solo porque las mujeres seguimos sosteniendo la mayor parte de la carga, sino porque el sistema no está preparado para asumir lo que nosotras hacemos sin paga y sin reconocimiento. La solución no pasa por adaptarnos más al modelo actual. Pasa por cambiarlo. Necesitamos una revolución que ponga la sostenibilidad de la vida en el centro, no en los márgenes del sistema. Porque si el modelo solo funciona exprimiéndonos, el modelo no sirve. Y el cambio empieza cuando dejamos de pedir permiso y empezamos a exigir derechos. Conclusión: el derecho al descanso y a las pantuflas Ser una mujer maravillosa no significa ser una superheroína. No significa poder con todo, todo el tiempo, sin descanso ni quejas. La revolución también pasa por reclamar el derecho al reposo de la guerrera. Porque estar cansada no es fracasar. Porque las batallas también se ganan cuando sabemos cuándo quitarnos la capa y ponernos las pantuflas. No estamos aquí para sostener el mundo a costa nuestra. Estamos aquí para vivir, para elegir, para compartir la carga y para exigir que el futuro sea de todas y para todas. Y no, no necesito ser una Mujer Maravilla para ser MARAVILLOSA.