Maternar: el verbo irregular que se conjuga con el alma

Maternar es un verbo irregular.
Cada quien lo conjuga como puede.

En un mundo que premia lo productivo y mide lo valioso por resultados, la maternidad sigue siendo uno de los actos más invisibles y, a la vez, más trascendentes. No tiene métricas, no viene con manual, y nadie te da retroalimentación constructiva al final del día. Sin embargo, cada día, millones de mujeres se levantan a ejercer este verbo en sus formas más humanas, caóticas y heroicas.


¿Qué significa maternar?


A diferencia de "ser madre", que puede sonar a título o estado, maternar es acción pura. Es un verbo en presente continuo: cuidar, sostener, escuchar, fallar, volver a empezar. Y como buen verbo irregular, no se conjuga igual en todos los cuerpos ni en todos los contextos.


  • Maternar mientras se trabaja jornada completa.
  • Maternar en soledad.
  • Maternar en duelo.
  • Maternar después del trauma.
  • Maternar por elección… o por responsabilidad heredada.

Maternar a hijos biológicos, adoptados, del corazón o prestados por la vida.


La antropóloga argentina Rita Segato sostiene que “la maternidad no debería ser una condición esencial de la mujer, pero sí puede ser una forma poderosa de agencia si se vive con libertad”. Es decir, maternar no es destino. Es vínculo. Es una forma de amar y sostener, no de encajar.


No hay molde que aguante esta historia

La maternidad no es una fórmula.
No es un estereotipo.
No siempre es biológica, ni uniforme, ni de manual.


La mercadotecnia nos vende madres radiantes, pacientes y disponibles 24/7. Instagram nos muestra desayunos perfectos, caritas limpias y hogares que jamás huelen a vómito. Pero la realidad dista mucho de eso.


Según un estudio del Instituto Nacional de Psiquiatría en México, el 32% de las mujeres que se convierten en madres presentan síntomas de depresión posparto, muchas sin acceso a diagnóstico ni tratamiento. A esto se suma el peso de la culpa, la autoexigencia y la comparación constante.


Cada hijo, una versión distinta de vos

Podés ser la misma persona,

y ser una madre distinta para cada hijo.


La maternidad no es uniforme, ni siquiera dentro de la misma familia. Cada hijo trae preguntas nuevas, desafíos distintos y formas únicas de vincularse. Y maternar, en ese contexto, también es reinventarse una y otra vez.


La psicóloga española Laura Rojas-Marcos sostiene que "cada hijo activa zonas distintas del corazón y del carácter de su madre". Y eso está bien. No hay incoherencia en eso: hay humanidad.


Maternidades que no pasan por el útero


Podés ser madre de alguien que no pariste,
porque, para ser madre, basta con parir amor.


La maternidad no siempre es biológica. Y eso no la hace menos real.
Hay maternidades en contextos de adopción, crianza comunitaria, tías, madrinas, abuelas o cuidadoras. El amor no necesita pruebas de ADN.


Según datos de UNICEF, más de 153 millones de niños y niñas en el mundo son cuidados por figuras que no son sus padres biológicos.


Maternar  también es llorar en el baño
Podés maternar llorando en el baño,
riendo en la cocina,
o inventando respuestas improvisadas.


Maternar también es crear. Es sostener a otros sin saber bien cómo sostenerse una misma. Es atender una fiebre, deseando que te pasara a ti.
Es no tener todas las respuestas, pero no dejar de buscarlas.


Maternar es también soltar
Porque maternar no es una etiqueta:
es una capacidad infinita de sostener,
acompañar, guiar y soltar.


Soltar cuando hay que dejar que caminen solos.
Soltar expectativas, planes y culpas.
Soltar la necesidad de control.
Porque amar también es confiar, incluso en medio del miedo.


Todas valen
No hay una sola forma de ser madre.
Hay millones. Y todas valen.

  • Las que se quedaron.
  • Las que dudan.
  • Las que se equivocan.
  • Las que vuelven después de romperse.
  • Las que maternan entre reuniones de Zoom y deberes escolares.
  • Las que no llegaron a tiempo, pero llegaron.

El día de las que están, no de las que encajan


Maternar no se trata de ser perfecta.
Se trata de estar.
De intentar.
De amar.
Y de volver cada día… aunque duela, aunque cueste, aunque nadie lo vea.


Este Día de la Madre no celebremos la perfección.
Celebremos la entrega. La presencia.
El amor cotidiano sin moños ni poses.

Feliz día a todas las que maternan con el corazón en la mano.
A las que reinventan la maternidad cada día, con ternura, torpeza, magia y coraje.


Fuentes:

  • UNICEF (2022): Reporte Global de Cuidado Infantil
  • INEGI (2021): Encuesta Nacional de Hogares
  • Instituto Nacional de Psiquiatría “Ramón de la Fuente Muñiz”
  • CEPAL (2022): Mujer y trabajo de cuidado en América Latina
  • APA (2023): Impacto de redes sociales en la salud mental materna

Entrevistas a Rita Segato y Laura Rojas-Marcos



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Desear cuando lo primero que sentís es vergüenza no es fácil. Desear cuando tu primer impulso es esconderte se vuelve casi un imposible. Y no, no es tu culpa. No es tu falta de autoestima. No es que no sepas “disfrutar”. Las investigaciones son claras: Una mala imagen corporal está directamente relacionada con menos deseo sexual, menor disfrute y mayores dificultades para alcanzar el orgasmo (Journal of Sex Research, 2017; Cash & Smolak, 2011). ¿Cuánto podés entregarte al placer si tu mente está ocupada pensando si tu panza se nota, si tu celulitis es visible o si tu cicatriz “arruina” el momento? ¿Cómo vas a disfrutar si, antes de sentir deseo, aprendiste a sentir vergüenza? No nos entrenaron para sentir. Nos entrenaron para corregirnos. Nos entrenaron para esconder cada pliegue, cada marca, cada imperfección que no encaja en la vitrina de lo aceptable. El problema nunca fue tu cuerpo El problema fue, y sigue siendo, la mirada que te enseñaron a tener sobre tu cuerpo. Una mirada que no observa: juzga. Que no acompaña: exige. Que no abraza: mutila. Reconciliarte con tu cuerpo no es opcional si querés reconciliarte con tu placer. No porque tengas que amarlo siempre. No porque sea perfecto. Sino porque mereces sentirte en casa adentro de tu piel. Salir del clóset de tu cuerpo: un grito de libertad Así como salir del clóset para las personas LGBTQ+ implica romper el silencio, desafiar el mandato del ocultamiento y vivir con autenticidad, salir del clóset de tu cuerpo: Es declarar que tu existencia no tiene que ser escondida para merecer ser celebrada. Es dejar de pedir permiso para ser vista. Es dejar de editarte para existir. Es dejar de pensar que tenés que ser «otra versión de vos» para ser deseable, válida o digna de placer. Salir del clóset de tu cuerpo es rebelarte contra la vergüenza que te enseñaron. Es elegir sentir antes que esconderte. Es recuperar el deseo que siempre te perteneció, antes de que el miedo se lo robara. ¿Por qué es urgente hablar de esto? Un estudio reciente del Journal of Health Psychology (2021) encontró que más del 70 % de las mujeres experimentan preocupaciones sobre su apariencia durante el sexo, afectando directamente su capacidad de excitarse y alcanzar el orgasmo (Journal of Health Psychology, 2021). La revolución no empieza cuando bajás una talla. No empieza cuando eliminás tus estrías, tu celulitis o tu cicatriz. La revolución empieza en cómo decidís habitarte. En cómo te animás a mirarte sin odio. En cómo te negás a seguir pidiendo disculpas por ocupar espacio. Recuerda: No necesitás corregirte para ser digna de placer. No necesitás encajar para ser deseada. No necesitás esconderte para ser amada. Tu cuerpo no es el problema. Tu vergüenza no es tu esencia. Tu libertad empieza cuando dejás de pedir permiso para habitarte. Salir del clóset de tu cuerpo es un acto de amor propio. Y también de rebelión. Y también de resistencia. Porque vivir en voz alta, en cuerpo completo, es el primer grito de libertad que el mundo necesita escuchar. Fuentes: • Journal of Sex Research (2017). Body Image and Sexual Functioning. • Cash, T. F., & Smolak, L. (2011). Body Image: A Handbook of Science, Practice, and Prevention. • Journal of Health Psychology (2021). Impact of body image on sexual health outcomes.
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A los 5 años conocí a Valeria Mellid. Yo recién me mudaba, ella era “local”. Como Romeo y Julieta, pero en versión infancia, nuestra historia empezó en un balcón ella mirando desde arriba, yo abajo, desplegando todos mis dotes artísticos para convencerla de que ser mi amiga iba a ser genial. Y gracias a Dios, al destino o a mis pasos de baile la convencí. Desde entonces, inseparables. Aunque hoy nos separen kilómetros, la conexión sigue intacta. Nos une una historia larga, hermosa, llena de capítulos inolvidables. Pero hoy quiero contar uno solo. Uno que dice mucho más de nosotras… y del mundo que nos tocó. Dos Valerias. Y el sistema encontrando rápidamente cómo distinguirnos: Valeria “la Flaca” y Valeria “la Gorda”. Así, simple. Cruel. Naturalizado. Desde chiquitas. Desde siempre. A veces intentaban suavizarlo con eufemismos como “Valeria 1 y Valeria 2”, o “Valeria la de arriba” y “Valeria la de abajo” (porque yo vivía en el primer piso y ella en planta baja). Pero nosotras sabíamos, como se saben esas cosas sin que nadie las diga, que la forma popular era la que se refería al cuerpo. Casi escribo “natural” . Qué fuerte. Hoy miro esas fotos con mis ojos de ahora y pienso: Ni ella era tan flaca, ni yo era tan gorda. Pero no nos dejaron vernos con nuestros propios ojos. Nos prestaron un lente sucio. Nos lo calzaron sin pedir permiso. Y nos marcaron a fuego. Ella siempre fue más rebelde. Y yo siempre la admiré por eso. Me defendía con la fiereza de su peso por mil. Yo, en cambio, me hacía chiquita. Cuando se metían conmigo me quedaba muda. Me pegaban justo donde dolía. Me neutralizaban. La conocí con cinco años. Esto me lleva a 1982. Han pasado 33 años. ¿Y seguimos sin resolver esto como sociedad? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que les roben a las niñas la libertad de no estar presas de sus apariencias? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que la diferencia entre dos personas se mida por el tamaño de su cuerpo? Los datos no perdonan. En Latinoamérica, los trastornos de la conducta alimentaria afectan cada vez a más personas…pero no a cualquiera: principalmente a niñas, adolescentes y mujeres jóvenes. En México, los casos de anorexia y bulimia han crecido más del 300 % en los últimos diez años. Las estadísticas hablan de chicas entre 12 y 25 años. Y muchas veces no hablamos de vidas afectadas, hablamos de vidas perdidas. Por un espejo que devuelve rechazo. Por una palabra dicha a tiempo, o a destiempo. Por una infancia en la que te nombraron con un adjetivo que se pegó a tu piel. Con Vale hicimos equipo. El mejor. Ganamos carreras a caballito, yo la cargaba y ella miraba desde arriba para decirme por dónde. Le hacía pie de ladrón para que alcanzara lo que soñábamos. Siempre juntas. Siempre histriónicas. Siempre con utopías que nos impulsaban a seguir andando. Bailamos la Macarena en estadios. Lloramos desamores en sillones. Nos acurrucamos con las heridas y también con la risa. Aunque su cuerpo era el frágil, era pura potencia. Y aunque el mío era más robusto, era pura fragilidad. Y lo sabíamos. A veces me tocaba a mí recordarle su vulnerabilidad. A veces le tocaba a ella recordarme mi valentía. Poco a poco me contagió su rebeldía. Y juntas éramos dinamita. ¡Bum! Que no se nos cruzara la injusticia… porque no salía ilesa. Hoy ya no somos chicas. Pero no solo crecimos: maduramos, nos transformamos, nos encendimos. Ella trabaja abrazando a mujeres víctimas de violencia machista. Y yo, bueno… si estás leyendo esto, ya sabés qué ando haciendo. Con nosotras no pudieron. Y escribir esto me hace darme cuenta de lo fuerte que suena esa frase. Porque todos estamos hechos de pedacitos de las personas que elegimos que formen parte de nuestra historia. Y esta es una de mis partes favoritas. Una de las más esenciales. Una de las más rebeldes. Una de las que más me recuerdan que no estoy sola. Hoy, en el marco de Salí del clóset de tu cuerpo , te invito a mirar hacia atrás. A buscar en tu historia quién te defendió, quién te inspiró, quién te ayudó a resistir. Y a reconocer que la lucha contra el odio al cuerpo no se pelea sola. Se camina acompañada. Y si podés, pasá este texto. Pasalo como se pasan los secretos que salvan. Como se pasa una linterna en la oscuridad. Como se pasa el fuego de una vela a otra. Porque mientras más hablemos, más sanamos. Y mientras más nos veamos con nuestros ojos, menos lugar le daremos al sistema para que nos nombre con los suyos.
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Elegí ser una MUJER MARAVILLOSA, no una Mujer Maravilla La "Mujer Maravilla" es un símbolo de fuerza, pero también de la trampa en la que muchas caemos: la exigencia de serlo todo, todo el tiempo, sin descanso y sin quejas. Porque no, no necesitamos ser superhéroes. Necesitamos ser humanas. El velo de igualdad: cuando la apariencia engaña Hoy ser abiertamente machista no está de moda. La sociedad lo señala, lo rechaza, lo desacredita, especialmente en ciertos sectores. Pero esto no significa que la igualdad sea una realidad. Lo que ha cambiado es la narrativa, no necesariamente la estructura. Estamos ante lo que se conoce como "el velo de igualdad", una ilusión de equidad donde las mujeres hemos conseguido derechos, pero seguimos operando bajo un sistema que nos utiliza más de lo que nos emancipa. Los hombres van dejando sus obligaciones tradicionales, pero no por ello están perdiendo su poder. Mientras tanto, nosotras seguimos atrapadas en la trampa de la doble jornada, la sobreexigencia y la carga mental. La carga mental: el trabajo invisible que nos agota La "carga mental" no es un concepto abstracto. Es la razón por la que muchas mujeres no pueden dormir bien, viven con ansiedad o sienten que están siempre en deuda con alguien. Es la suma de todas las decisiones, gestiones y preocupaciones invisibles que asumimos a diario. Datos que lo demuestran: Según un estudio realizado por BBVA en 2021, si se contabilizará el impacto económico de las atenciones familiares, representaría el 53% del PIB. La investigadora María Ángeles Durán calculó que, por cada 100 horas de empleo remunerado, se necesitan 127 horas de trabajo no remunerado para sostener el bienestar, de las cuales el 83% recae en mujeres. En Estados Unidos, un análisis de altos cargos reveló que mientras 2/3 de los hombres casados en posiciones de liderazgo tienen hijos, solo 1/3 de las mujeres casadas en estos mismos puestos los tienen. La pregunta no es conciliación. La pregunta es corresponsabilidad. El mito de la Mujer Maravilla: la trampa del "puedo sola" Nos vendieron la idea de que ser poderosas significa no necesitar a nadie, ser independientes a cualquier costo, cargar con todo y sonreír mientras lo hacemos. Y así nos tragamos la trampa del "puedo sola". La realidad es que el "puedo sola" ya nos trajo demasiados problemas: agotamiento extremo, culpa crónica, burnout disfrazado de productividad, y una sensación constante de insuficiencia. No es que no podamos, es que no deberíamos tener que hacerlo solas. Si queremos que las cosas cambien, necesitamos un nuevo modelo de éxito que no nos deje exhaustas. La mejor decisión no siempre es la más popular. Salir del molde puede significar romper con la narrativa de sacrificio. No busques perfección, busca progreso. Por los sueños se suspira, por las metas se trabaja. La crisis de los cuidados: el gigante escondido A medida que la población envejece, las redes afectivas y familiares se reducen, la crisis de los cuidados se hace insostenible. No solo porque las mujeres seguimos sosteniendo la mayor parte de la carga, sino porque el sistema no está preparado para asumir lo que nosotras hacemos sin paga y sin reconocimiento. La solución no pasa por adaptarnos más al modelo actual. Pasa por cambiarlo. Necesitamos una revolución que ponga la sostenibilidad de la vida en el centro, no en los márgenes del sistema. Porque si el modelo solo funciona exprimiéndonos, el modelo no sirve. Y el cambio empieza cuando dejamos de pedir permiso y empezamos a exigir derechos. Conclusión: el derecho al descanso y a las pantuflas Ser una mujer maravillosa no significa ser una superheroína. No significa poder con todo, todo el tiempo, sin descanso ni quejas. La revolución también pasa por reclamar el derecho al reposo de la guerrera. Porque estar cansada no es fracasar. Porque las batallas también se ganan cuando sabemos cuándo quitarnos la capa y ponernos las pantuflas. No estamos aquí para sostener el mundo a costa nuestra. Estamos aquí para vivir, para elegir, para compartir la carga y para exigir que el futuro sea de todas y para todas. Y no, no necesito ser una Mujer Maravilla para ser MARAVILLOSA.