Si entendiéramos el poder medicinal de una conversación, sabríamos que hablar es urgente

Conversar – del latín, dar vueltas juntos.

Hablar no es solo describir, es un proceso generador.


El lenguaje es acción. Hablar es actuar.


A través del lenguaje, pedimos, prometemos, presentamos propuestas y proyectos, tomamos decisiones, definimos acciones, coordinamos con otros y, sobre todo, construimos sentido.
Por ello, hablamos del
poder generador del lenguaje.


Durante mucho tiempo, el lenguaje fue concebido como algo descriptivo y pasivo: una herramienta que simplemente nombra o describe la realidad, como cuando decimos “esto es un árbol”. Desde esta perspectiva, primero existe la realidad, y luego el lenguaje que la describe.

Sin embargo, con los aportes de la filosofía y la ontología del lenguaje, comprendimos que el lenguaje va mucho más allá. Su carácter generativo y transformador no solo describe la realidad, sino que la crea. Con palabras, hacemos que las cosas sucedan.


Por ejemplo, decir “sí” o “no” abre o cierra posibilidades para nosotros y quienes nos rodean. Esas palabras hacen que algo ocurra o no ocurra, y las consecuencias de ello afectan el futuro.


El Lenguaje en el Liderazgo y el Trabajo Diario


En el libro Coaching, el arte de soplar brasas, Leonardo Wolk menciona un dato revelador: al consultar a unos 300 empresarios y líderes sobre el uso de su tiempo laboral, coincidieron en que entre el 70% y el 90% de su jornada está dedicado a actividades relacionadas con la comunicación:

  • Reuniones.
  • Llamadas telefónicas.
  • Redacción y respuesta de correos.

Es decir, la mayor parte de su tiempo se invierte en coordinar, dirigir, comunicar, acordar, planificar, pedir y evaluar.
Y todas estas acciones ocurren a través del hablar.


¿Tus Conversaciones Están Creando el Futuro que Deseas?


Cada conversación que tenemos tiene el poder de transformar. Si el lenguaje genera realidades, vale la pena reflexionar:

  • ¿Qué estás creando con tus palabras?
  • ¿Las conversaciones que tienes están diseñando el futuro que quieres para ti y para los demás?

Hablar no es solo un acto cotidiano; es una herramienta poderosa para construir un mundo más cercano a lo que soñamos.




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Cuando somos niñas, vivimos “primeras veces” constantemente: aprendemos a caminar, a hablar, a andar en bicicleta, a colorear fuera de la línea, a preguntar sin miedo. Cada semana trae una nueva lista de descubrimientos. Vivir es explorar. Al crecer, algo cambia: nos volvemos cautas, cómodas. El miedo al ridículo, al error o a “no hacerlo bien” nos paraliza. Sin darnos cuenta, pasan meses -o años- sin que hagamos algo por primera vez. ¿Por qué dejamos de atrevernos? ¿Por qué creemos que solo se crece cumpliendo años, y no intentando? Este blog no solo cuestiona: es una invitación a moverte desde el deseo, no desde la experiencia; a hacer espacio para lo nuevo; a recordar que todo lo que hoy dominás alguna vez te dio miedo. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez? No me refiero a lo que ya hacés con soltura, sino a lo que llevaste a cabo con las manos temblorosas, la voz insegura, el ego pidiéndote que no te expusieras. Empezar no es sinónimo de ignorancia, sino de valentía: de bajar el volumen del ego y subir el de la vida. Hacer algo nuevo te coloca en modo aprendiz: te incomoda, sí, pero también te despierta. Te obliga a escuchar, a mirar con ojos renovados, a pedir ayuda sin culpa. Te devuelve a ese sitio que el mundo adulto suele robarnos: el derecho a intentar. Nos educaron para tener respuestas antes de preguntar, para “hacerlo bien” a la primera. Pero en la vida real se prueba, se fracasa, se vuelve a intentar. Y en ese proceso aparecen cosas hermosas: Se rompe la rutina. Se activan rutas nuevas en la mente y en el corazón. Nos reconectamos con el presente. Recordamos que estar vivas implica equivocarnos sin culpa. Ser principiante también es ser valiente. Hay que tener coraje para decir otra vez: “No sé, pero quiero aprender”. ¿Cuándo fue la última vez que te permitiste tropezar con algo nuevo sin sentirte menos por eso? Este es tu recordatorio, Oveja: no sos menos por empezar de cero; sos más por animarte a crecer. Si necesitás una excusa para dar el primer paso, aquí van algunas ideas: Probar un plato diferente. Pedir ayuda sin miedo. Ir sola a ese lugar que siempre postergaste. Empezar una conversación difícil. Tomar una clase de algo que no dominás. O simplemente decir: “Nunca lo hice, pero quiero intentarlo”. Y si buscás un mantra, que sea este: “Nadie nace sabiendo, pero todas podemos renacer animándonos.” ¡Ahora es tu turno! Pásate por nuestro Instagram @soy_la_oveja_rosa y cuéntanos en los comentarios: ¿Qué hiciste por primera vez últimamente? ¿Qué nueva experiencia te animarías a probar antes de que termine el año? ¡Nos encanta leerte y celebrar cada primer paso contigo!